lunes, 2 de enero de 2017

DON GENARO


Don Genaro llegó a la vejez como un hombre podría haber llegado a su destino después de un largo viaje en micro… dormido. Vivió, y bastante (tenía ochenta y cinco años), pero sentía que la vida, de alguna manera, le había pasado por el costado. Ahora, recluido en un deprimente hogar para ancianos, esperaba la muerte como en otros tiempos había esperado la vida; una vida que, según sus expectativas, no había llegado nunca. Sabía que la muerte, aunque se hiciera rogar, no lo defraudaría de igual manera.
La vejez era para don Genaro el tiempo de las ausencias. Ausencia de un futuro que ya no traería nada; ausencia de un pasado que subsistía a fuerza de nostalgia; ausencia de un presente que no era más que un estar sin dirección, en soledad. En ese presente, don Genaro acariciaba la tapa de su libro favorito, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, mientras miraba por el ventanal del salón comedor hacia un patio con mucha tierra y poco pasto. Y pensaba.
Pensaba en ese maravilloso personaje de Cervantes, ese flaco hidalgo que se volvió loco por leer historias de caballería, en una época en que los libros eran tan importantes como para ser considerados peligrosos.
Don Quijote… Todos veían en esa novela una parodia, una comedia, una burla… Pero él no; él veía la tristeza, el desgarro de un hombre que había tenido que inventarse un mundo porque el que le rodeaba era pura ausencia. Alonso Quijano podía estar loco, pero no equivocado. Era un verdadero héroe, no por tener razón, sino por vivir con pasión. Justamente lo que él nunca había tenido, pasión. Y así terminaba sus días, con hijos indiferentes, nietos desconocidos y una esposa muerta. Solo, mirando el patio.
Más de una vez pensó en hacer algo, en ponerse de pie y buscar la libertad, como un Quijote del siglo XXI. Pero no. Su cadera andaba mal y su presión, peor.
Miró el libro que descansaba sobre su regazó. Un caballero flaco lo miraba con expresión severa. A don Quijote lo había vencido, finalmente, la realidad. A él, don Genaro, también. Después de todo, la realidad siempre era la que ganaba.

Lucas Berruezo (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 153

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