(Recordar es negarse a morir)
¿Musa de las aguas?
Sí, - te contesté.
¿Y por qué no?
Si divinamente
apareciste,
en las aguas del río,
sostenida en el aire
junto a la gran cascada.
Desinhibida,
deslumbrante
y bella.
Tibieza
de sol Poniente,
halo de luz,
beldad etérea,
llena de encanto
y de ternura.
De blonda cabellera
y dorados rizos,
risueña y diáfana
como un ángel,
iluminada y tersa
como un girasol.
Divina deidad,
hermosa criatura,
delicada Rosa,
como una diosa.
De mirada dulce,
deleitable rostro,
tierno y apacible.
Con tu cándida sonrisa
y hermosos ojos
me cautivas,
desnudas
mis pudores,
y descongelas
el frío hielo
de mi yerto corazón.
Como un vendaval
en vilo por los aires
me levantaste
y rodillas
a tus pies
me pusiste
para adorarte.
¿Cómo no llamarte
mi musa de las aguas
si las melodías
de tu cantar
traspasaron
cada fibra
de mi alma?
Y no solo una,
sino mil y una.
Delirando con locura,
levitando con frenesí
y amándote
como a ninguna.
Tu mi bella
Rosa de abril
me arrebataste
hasta tu propio Olimpo.
Guitarra en manos
y sonrisa al viento,
llenaste mi corazón
de contento.
¿Cómo no buscar tus brazos,
cómo no tentar tu amor?
Musa de cristalinas aguas,
deliquio divino,
manjar de los dioses,
fuente impoluta,
de mis inspiraciones,
de mi amor
y de mis versos.
Pléyade
de mis sueños
dorados,
zarza ardiente
de mis pasiones
contenidas,
de mis quimeras,
y de mi claustro
en llamas.
Dulcinea
de mis devaneos,
ninfa encantada
de mis delirios,
de mis deseos,
de mis pasiones
y de mis embelesos.
Permíteme
que me embriague
con el divino néctar
de tu amor
y de tus besos.
George Rivas Urquiza -Perú-
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