No quedaba mucho tiempo. En el sobre iban guardadas
sus monedas, su llave, la tarjeta y el aroma deslavado
De su pañuelo
Bajamos la vista y el tren pareció detenerse
Bajamos la vista necesariamente porque se trataba de nosotros
Condensamos recuerdos de este lado del río
Apagamos las luces y no dijimos nada después
Los vimos llevarse las hojas secas, y las nubes
echaron encima un vaho caliente y humedad y tiempo
y la gente cruzó de un lado a otro y bajaron la cabeza
y las tortugas, en ese verdor de la saliva sobre la yerba
transparente indiferencia de techo de olvido
el pañuelo, el pelícano, la herida
de los hijos que miraban el pasado
con los ojos cerrados
y recostaban la cabeza en el pecho blanco
de un mediodía de sol profundo
mientras ellas buscaban debajo de la ropa
el suelo intacto que soñaron la víspera
antes de cruzar la acera
y miraron los retratos que nadie reconocería
Y la sal, juntábamos la sal y tocábamos la frente a cada uno
y acariciábamos las palmas de las manos
antes de la ejecución
GUSTAVO PEÑALOSA CASTRO (México D.F.-México)
Publicado en la revista Gaceta Virtual 104
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