Apenas poner un pie en aquella característica ciudad, el envolvente olor a camelias invadía cada uno de los rincones de mi cuerpo, impregnándome de una sensual fragancia que florecía a través de cada poro de mi cuerpo y me servía de guía en territorio desconocido. Las calles están impolutas, con una limpieza admirable. Pocas personas caminan a mí alrededor y la mayoría van a un ritmo tan lento que me cuesta acostumbrarme a él. No quiero levantar demasiado la vista, me siento absolutamente forastera en una ciudad que podría ser perfectamente la mía. Apenas circulan coches, y un incómodo silencio parece cubrir la zona de manera un tanto tétrica. He llegado hasta aquí guiada por mi propio dolor, por eso me es tan difícil retener los gritos que acuden a mi garganta, pero los controlo de manera racional y sin llamar la atención, aunque sin perder la sensación de no dejar de ser observada de manera constante por miles de ojos escondidos. Un extraño impulso me había llevado hasta allí y no estaba dispuesta a rendirme antes de averiguar qué era lo que tenía de especial aquel lugar de apariencia tan insulsa. En el bungalow que he alquilado, reina la decoración minimalista, en colores intensos, rojos, azules e incluso negros y platas. Durante un instante la incomodidad me invade, empiezo a notar la inseguridad de estar en el sitio equivocado, y la ansiedad de la soledad me lleva a un estado casi paranoico en el que el mayor de los miedos es que el sol me sumerja en la oscuridad, y no solo la exterior sino en la mía propia, la que me había llevado a huir sin sentido ni destino, tan solo bajo la ansiedad que tan malos consejos me había dado hasta ese momento. La nevera albergaba alimentos frescos, la cocina estaba totalmente equipada y la habitación había sido preparada y desinfectada recientemente. Aun podía percibir el olor del producto utilizado para ello. Una ensalada se convirtió en mi cena improvisada, mientras los rayos del sol desaparecían rápidamente. Tras limpiar todos los utensilios utilizados y antes de tratar de relajarme, eché un último vistazo a la calle. Todas las luces de las casetas estaban encendidas, pero no se escuchaba ni un murmullo. A punto de caer sobre el sofá, alguien golpeó mi puerta. Entre sorprendida y atemorizada, acudí a la llamada.
-¿Quién es?- pregunté.
-Soy Alex, el chico con quien hablaste al hacer la reserva, me gustaría asegurarme de que todo está a su gusto.
Abrí más aliviada. Ante mí, un hombre joven, de unos treinta años, bien cuidado e impecablemente bronceado e hidratado, con una piel que invitaba a ser acariciada. Me miró fijamente, tras confirmarle que la estancia era tal y como él me había indicado. Sus últimas palabras fueron las que me descolocaron, tan solo una frase.
-Bienvenida al lugar donde todos tus sueños eróticos se harás realidad.
Ni tan siquiera tengo claro qué tipo de fantasías rondan mi mente, pero esa frase ha conseguido excitar cada uno de mis sentidos y ponerlos alertas.
ANNA LAFONT
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