La palabra que ha elegido el general es perejil.
Es otoño, cuando los pensamientos se vuelcan
Al amor y la muerte; el general piensa
En su madre, cómo murió en otoño
Y él plantó su bastón en la tumba
Y éste floreció, cada primavera impasiblemente formando
Pétalos de cuatro estrellas. El general
Se pone las botas, taconea marchando
Hacia el cuarto de ella en el palacio, el que no tiene
Cortinas, el del papagayo
En el aro de hierro. Al pasar se pregunta
A quién puedo matar hoy? Y por un momento
El pequeño nudo de gritos
Se aquieta. El papagayo que ha viajado
Desde Australia en una jaula de marfil
Coquetea como una viuda practicando
la primavera. Desde la mañana
que su madre colapsó en la cocina
mientras horneaba golosinas en forma de calavera
para el Día de los Muertos, el general
odia los dulces. Ordena pasteles hechos
para el pájaro; llegan
espolvoreados de azúcar sobre un lecho de encaje.
El nudo en su garganta comienza a crisparse
Rememora sus botas el primer día en batalla
Salpicados de lodo y orín
Al caer un soldado a sus pies, sorprendido-
¡qué estúpido se veía! – al sonido
de la artillería. Nunca pensé que cantara
dijo el soldado, y murió. Ahora
el general ve los campos de caña
de azúcar, azotados por la lluvia y la corriente.
Ve la sonrisa de su madre,
Los dientes afilados como puntas de flecha. Oye
A los haitianos cantar sin R’s
Al tiempo que enarbolan los machetes:
Katalina, cantan, Katalina
Mi madle, mi amol en muelte. Dios sabe
Que su madre no fue una mujer estúpida;
Podía pronunciar una R como una reina. Incuso
Un papagayo puede sonar una R!
En el cuarto desnudo
las brillan plumas se arquean en una parodia
de verdor, cuando las ultimas migajas pálidas
desaparecen bajo la negruzca lengua.
Alguien dice su nombre en una voz
Tan parecida a la de su madre, una lagrima sorprendida
Salpica la punta de su bota derecha
Mi madre, mi amor en muerte.
El general recuerda los pequeños ramitos verdes
Que los hombres de la aldea portaban en sus camisas
En honor al nacimiento de un hijo varón.
Ordenará que muchos, esta vez, sean asesinados
Por una sola y hermosa palabra.
Del libro Perejil de
RITA DOVE
Publicado en la revista Arquitrave 55
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