Yo le llamé el beso tibio a tu boca,
y de tus labios sonaban campanadas;
las flautas silbaban sin nostalgia.
Oh, niña mía, mujer, soplo del otoño,
cuando el jazmín apenas brotaba
tú ya coloreabas mi sed de arrecifes,
y donde yo vivía, caían tus manos
para anidarse en mis ojos en plena mansedumbre.
Yo extendí mis brazos como dos acordeones,
para llamarte: amor, mi dulce, mi Pegaso.
Y en la atmósfera de un beso
alzaste mis ojos a tu reino,
para que fuera yo el viajero, el capitán de mi pecho,
el buque hacia el paisaje,
y enredarme en tus provincias,
como un palomo destinado a su paloma
y emprender, así, el nupcial despegue.
Del libro Poemas íntimos de
SALVADOR PLIEGO
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