No me acostumbro a oírla
en boca de políticos:
los muy apestosos.
Tampoco creo que en pólizas,
folletos, reclamaciones
administrativas
o títulos de propiedad
pueda enorgullecerse.
Si a la criatura humana
se le otorgó este don no fue
para ser malgastado en todo esto.
Decir acaso
que "este Sol de enero
recorre el cielo en su brasero de ámbar",
o que "la musa peina
el oscuro abanico de sus cabellos
sin saber que la estoy contemplando",
se acerca certeramente a lo esencial.
El íntimo deseo de comprimir
la belleza es la forma
pasajera, el pálpito fugaz
que nos hace partícipes de lo eterno.
Cabe calentarse
con esta certidumbre
en medio de la fría soledad del mundo.
Cabe echar al olvido
los desperdicios de unos cuantos telediarios.
RAFAEL SIMARRO SÁNCHEZ -Ciudad Real-
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