La calle había cambiado,
ni fuente de lluvias ni aire fresco,
ni bugambillas
ni los juegos de niños...
Lo que quedaba
de la calle de simiente de sabores,
eran paredes desteñidas de colores,
aromas de humo y polvo
a entierro cotidiano,
a ciprés, incienso, a bar y a prostituta
bañada de cansancio
y de sudor
después de consumar loable labor
que evitaba violaciones
y violencia.
Pasaba el vagabundo
con su fauna de microbios,
inventaba un saludo
que todo el mundo ignoraba,
hasta los perros que ladraban
por el miedo al hambre
o el celo de la hembra
que embramada se entregaba...
El entierro de un amigo, pariente, quizás,
o un desconocido.
La mujer inventaba un beso
que no daba,
desde su ventana invitaba
a un idilio de amor
y a una copa que ella no pagaba.
Ella fue dueña del encanto y de ilusiones
que fueron quedando
olvidadas en el tiempo,
en desengaños y los múltiples orgasmos
que ella no sentía...
había muerto el deseo,
y la pasión había quemado su alma...
Ella era amable, era hermosa!
Era suave su piel como la seda.
Me contó que había amado, alguna vez,
pero su amor intenso y fugaz
fue despreciado...
Nunca más ha vuelto a amar
porque haciendo tantas veces el amor
se le ha olvidado amar...
Se escucha música de cumbia y de bolero.
Ella es triste! Ella no canta!
Ella nunca quiso darme un beso...
RICARDO FLORES JOYA -El Salvador-
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