Por
Shirley Esther Soto Vásquez
Toda violencia es siempre negativa. La violencia física y el crimen hacen parte de nuestra vida cotidiana, son defectos humanos el del menosprecio y la crueldad. No se trata de decir cuál sociedad sea la más sanguinaria, si la de occidente o la de oriente, si la agresividad sigue patrones culturales o no, o de condenarla abiertamente como resultado del degrado social, la violencia invade el planeta y afecta nuestras vidas.
Las noticias de criminalidad entran en nuestros hogares cada día dándonos la idea de impotencia ante un mundo que no nos pertenece, pero que tenemos que combatir con todas nuestras fuerzas, y preparándonos para ello, nos volvemos agresivos.
Llegó a mis manos hace días, la foto de una mujer que en un pleito domestico fue agredida por su compañero, fue golpeada salvajemente, y no sintiéndose contento del castigo infringido, su consorte llegó al extremo de usar un hacha sobre ella. ¿Su razón? No hay razón que valga. Su respuesta: “Es mi mujer”. La crueldad y la locura en un contexto social inadecuado da razón a un maldito pacto de propiedad. Un pacto social que abandona la naturaleza del ser como individuo. De esta manera se perpetran homicidios, violaciones, raptos, actos pedófilos, robos con agresión y bullying, inclusive dentro del contexto familiar. Todo producto de una sociedad que a todo le da un sentido patológico y a la aceptación del ser como si la delincuencia fuera un “síndrome”.
El poder nos coloca en una situación de sumisión, tratando de diferenciar el bien y el mal para superar racionalmente las situaciones y crearnos una ilusión de ética y moral que nos ayude a sobrevivir. Los gobiernos nos ponen a disposición un sinnúmero de leyes que serán la humillación social para quien quisiera hacer justicia y en cambio, a aquel que aprende trucos para evadirla, le espera la superioridad moral, de una moral inventada por quienes tienen dinero, sagacidad y relaciones, esa es la esencia más pura del poder, y su recompensa es el aplauso de la misma sociedad, que aprende a su vez a sobrevivir, vendiendo su conciencia. La suma de todo esto son tribunales llenos de casos de personas enfermas, hospitales curando casos de cuerpos lacerados que no sanarán nunca la herida del alma. Desde hace siglos la guerra y la esclavitud hacen parte del estado natural del hombre, y para la mujer, la preservación de la vida, incluyendo la del mismo varón.
Hago un llamado a romper las cadenas, a esas mismas mujeres que quieren criar hombres de bien, y a los hombres que las cadenas han roto ya. La paz somos nosotros.
Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena
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