Reclutaron a Joe para la guerra a los doce años. Durante cuatro años recibió un entrenamiento intensivo; no podía ver a su familia, los encuentros con chicas eran escasos y bajo supervisión. La formación militar era dura, lo golpeaban a diario, se hizo muy fuerte, a los dieciséis años partió a la Gran Guerra de la Mentira. Los enemigos eran llamados Los habladores, nunca había visto a uno directamente, ni siquiera a un cadáver, solo había analizado un sinfín de imágenes de estos. Los habladores eran curiosos, no permitían que los humanos los tomaran prisioneros, si eran capturados accionaban un percutor incrustado en sus nucas y se consumían a sí mismos con velocidad. Su forma física era similar a la de las ratas, peludos, con grandes y poderosos dientes, ojos saltones, orejas magnánimas y una cola pelada, cuya punta era bastante afilada. Joe no tenía miedo de ellos, sentía odio, el cual había nacido en sus entrañas debido al cruel destino al que fuera sometido. Esos seres eran los culpables de su desdicha, esos mutantes malignos que tenían dominada a la mayor parte del mundo, que habían invadido América, que manipulaban las mentes de los hombres con sus palabras y los obligaban a servirlos de por vida en unas cuevas gigantescas. Dos cosas fueron claras para el chico cuando partió a batallar. No debía permitir que una de esas criaturas le hablase. Tenía que capturar a una viva pues la milicia les exigía eso a los cadetes. Un acto de heroísmo que nunca antes nadie había logrado. Habría un gran premio. …Y en el fragor del combate, Joe, desde un cerro, trepó sobre una máquina enemiga que difundía el sonido. Tenía puesto unos tapones especiales y no podía oír aquella voz. Destruyó la cubierta del transporte con ácido y capturó al ocupante, lo sujetó por las patas delanteras. El tapón del oído izquierdo se le cayó y pudo oír esto: Únete a mí, protegeré tus derechos, haré que aprendas a crear riqueza, te conseguiré un puesto de trabajo. Joe lo desmayó de un golpe y procedía a llevárselo cuando algo le inquietó: el recuerdo de ciertos relatos de su niñez sobre los habladores, que alguna vez habían sido hombres y habían evolucionado, que los llamaban políticos. Se rehusó a creerlo, pero la aprensión le invadía.
Carlos Enrique Saldivar (Perú)
Publicado en la revista digital Minatura 120
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