Sin ti, siento que soy un pasajero de la vida olvidado por el tiempo.
Te perdí un día gris, casi como una brisa fresca que se pierde sobre el mar
doblegado en el pecado gris de las palabras muertas, y no poderte olvidar.
Quise llenar mi vida con los recuerdos de los sonidos de tu boca.
Porque tú sólo eras eso, un murmullo tibio, dulce, mujer hija de las brisas
y sigo buscándote, tu rostro, tu boca, y las llamas de tus ardientes caricias.
Entonces, llegaste tú, como el tibio sol del amanecer.
Mi silencio se hace verbo en un grito desesperado, una urgencia de ternura
y sentir la necesidad del amor y amarte, el remedio a mi soledad y cordura.
Mujer, sedúceme el alma, y beberé toda la luz del universo.
Penetrar tu cuerpo es sentir una lluvia de estrellas que fluyen como fuegos
moviéndote como una luciérnaga en la brisa, bebiéndote todos mis sueños.
Hoy, renace la esperanza entre mi soledad, y empecé a amarte.
La noche ya apagó tus murmullos tibiamente, tú entre mis brazos ardientes
una caricia que perturba y arrebata, y comenzamos a amarnos para siempre.
La noche se ha tornado transparente, con la luz de tus pupilas.
La tibia luz de tu piel, hace que me olvide de todo lo que quise y lo soñado
entre tus voluptuosas caricias que queman mis sentidos y volver ser amado.
Tu desnudez y el ardor de tu impudicia, son mi dulce cautiverio.
Y te poseo robándote el alma, perdido entre el manantial dulce de tu boca
sintiendo la turgencia de los pétalos de tus pechos, entre tus caricias locas.
En la vigilia del alba, me cautiva tu paisaje cuando caminas desnuda.
El sol tiñe de rojo las curvas de tu cuerpo, cuando ilumina tus ojos de cielo
y regresa el deseo y tenerte, como al sediento, un dulce oasis en el desierto.
Amándonos, nos sorprendió la noche.
Eterna cómplice de los amores prohibidos.
Manuel F. Romero Mazziotti -Argentina-
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