Al abrir la puerta
un aire triste de otoño
ha anegado en lluvia mi alma.
Un día para caminar
por las calles y las avenidas,
sin rumbo ni prisa,
perdido del mundo,
sin preocupación,
masticando la lluvia que baja
de un cielo herido de luz.
Es un día para no estar
triste ni alegre,
ni para mirarse en los escaparates,
solo para caminar,
pasear sin la prisa de llegar a
ninguna parte.
Es un buen día para preguntarse
qué sentido tiene vestir la tierra
de asfalto, levantar los edificios de Babel
y el orden impuesto a golpe de silbato.
Es un buen día para entrar,
mojado de frío,
a la cálida cafetería
de tristes parroquianos
sentarse en una esquina
con la mirada en la calle,
y ver pasar a la gente
corriendo bajo los paraguas,
mientras acaricias tus labios
con el negro café humeante.
Es un buen día para no acudir
al trabajo
aduciendo falta de interés
o vacaciones del alma.
Es un buen día para no pensar
nada. Mientras la tarde languidece
y las luces de las farolas se estrellan
en brillos sobre los asfaltos.
Isidoro Irroca
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