Una mujer muy pobre se confesaba ante un neo nato,
éramos tan pobres, hija mía, tan pobres
que hasta los más pordioseros nos tenían compasión..
había ya tres bajo el látigo opresor.
Cada día tu padre salía al mundo a buscar la vida,
en el campo, en las haciendas de los grandes caciques,
para ser empleado en lo que fuera a cambio
de un mendrugo de pan o un puñado de arroz.
Pero los poderosos caciques no lo escuchaban
sino que se mofaban de risa, y el volvía en la noche
muy triste y con las manos vacías, y como mucho
con una pequeña pieza de caza...
Yo cuando así lo veía, me ponía a llorar de impotencia
y le pedía a Jizo, Dios de las mujeres embarazadas
o en cinta y de la fecundidad, que no te permitiera nacer,
que te librará del hambre que padecían tus hermanos.
Y el buen Dios me cumplió, permitiendo que nacieras...
-pero no viva- y bien que me he arrepentido,
a lo largo de toda mi vida lo he llorado...
tu padre murió y yo envejecí y detrás de él me fui.
Ahora a ti me confieso y a Jizo, le agradezco
que no te dejará sufrir, tú escapaste
del látigo del verdugo y de esta cruel existencia de perros,
y ya nada ni nadie te hará sufrir.
Tus hermanos sobrevivieron... y alguno llegó
hasta poeta, y ahora te está escribiendo...
RAFAEL CHACÓN MARTEL
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