Un Blanco inmaculado
fue mi cuna de niño,
un blanco de leche
un blanco de memoria.
En un aquelarre
el Pintor invisible
pinceló mis días,
el embrión de mi historia.
Y fue Celeste la mirada
y Roja la caricia,
Verde el mundo
apresado en una plaza
de murmullos y aleteos.
Amarillas las candelas
que guiaron el camino
y amanecieron la noche.
Dorada la playa
huérfana de pájaros.
Marrón el atajo
El surco y la huella.
Un Violeta de inocencia
tiñó cada cuento.
Arco iris las calesitas
Y los trompos voladores.
Y un Rosa
los pétalos de seda
que pronunciaban mi nombre.
Del libro Los indicios de
HAIBÉ DAIBAN -Argentina-
Publicado en Ágora 18
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