viernes, 28 de julio de 2017

LEONOR


Una bella música saludó a los familiares y amigos del Leonor. Iban a darle su último adiós. Después de una larga vida llena de penurias, de sacrificios y sufrimientos, Leonor se apagó lentamente como el pabilo de una vela. No hubo ningún viento fuerte que acelerara su marcha. Leo no quería irse pero se fue como siempre con la sonrisa reflejada en su cara. Ella siempre afrontó su vida con alegría. Nada la desanimó. Supo dar a cada uno de sus hijos un buen futuro. Después vio nacer y crecer a sus nietos y se sintió tremendamente feliz. Ahora veía que su trabajo había alcanzado el éxito.
Sus días difíciles quedaron atrás. Tuvo que trabajar muy duro, muchas horas para dar de comer a sus ochos hijos y pagarles una carrera. A veces suplicó y lloró para que no la echaran del trabajo. Nunca le importó humillarse. Necesitaba el dinero. Sus hijos tenían que comer todos los días. Un día sin trabajo era un día sin comida. Aceptaba todo. No le importaban las horas si le pagaban bien. En los malos momentos a punto estuvo de prostituirse. Pero en el último instante algo la salvaba de dar ese paso ominoso. A veces soportó acoso de los desaprensivos de siempre. Supo defenderse y ponerlos en su sitio. En su mente quedaron marcadas muchas cicatrices que nunca desparecieron, que de vez en cuando le dolían intensamente. Por suerte ninguna enfermedad grave atacó su cuerpo. Al menos en eso la suerte le sonrió. Envejeció lentamente con los huesos doloridos y el corazón agotado por los esfuerzos.
Los últimos meses sintió rondar la muerte a su alrededor. Hasta soñó con ella. Era muy distinta a la que aparecía en las películas. Era un ser blanco, sin rostro definido que portaba en sus manos un libro y una pluma negra de afilada punta. Dos días antes de su muerte contó a una de sus hijas, que la velaba al pie de la cama, que la vio la noche anterior escribiendo en el libro.

JOSÉ LUIS RUBIO

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