Esparcida entre los restos de un olvido
suspendida tras los átomos
de un universo radical.
La mujer se muere
Fulminada como sal
en su boca de luna distendida
que amenaza
y contrapesa libertad.
Salta del negro al gris
sin mutar existencia
unificando las partículas
de su masa fantasmal.
Es o no es
la preñez de un recuerdo absurdo.
Tiempo y espacio
en la invalidez de un momento más.
La mujer se muere
tras la ordinaria espera,
en el bólido de viento
que proclama bondad.
Se pierde en la insignificancia
de la estrella que se fuga
para luego detonar,
y sus restos son rocío de fuego
dilatados en la faz.
La mujer se muere la involución,
en el masculino de una mueca banal.
Con la risa enarbolada en su palabra
y en su rostro,
un llanto acre
que ondea sigiloso en los
cordeles de la faz.
Aún así su pellejo parturiente
resiste otro Big Bang,
aunque la fosa clame a gritos el verbo
de su nombre sin parar:
-¡Mujer que emanas angustia!
He aquí el descanso final...-
Y la mujer,
a las puertas del sueño eterno,
se niega a despertar.
JAEL URIBE -República Dominicana-
Publicado en La Biblioteca
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