Yo debí ser un par de garras melladas,
escabulléndose en los lechos de mares silenciosos.
T. S. Eliot
Siento gritar la ciudad desde un mundo sin oídos.
Aún pago alquiler por estas calles.
Dentro hay un extranjero que batalla
mientras impacienta la muerte
a vivir sin más harapos los días de otros.
Cada cual tiene su tiempo, su estancia, su huella
súbdito de dioses. A fin de bendecir el mundo.
Contra el tiempo
no valen compresas de lava ni sismos
donde se violen trampas de colores más brillantes.
El tiempo anda hirviendo en sus calderas de hierro,
la vida es una raza que se extingue.
Somos este siglo de esperma
sin que llueva polvo al paso de los cometas.
He pasado agosto por todas partes
zurciendo precipicios, perdido, por alguna grada
desde entonces Setiembre sabe a fin de vacaciones
y cocino mis propios viernes.
Venderse como emigrante resulta más barato que prófugo,
ser cómplice y asesino a la vez.
La ciudad muestra todas las máscaras,
no regala ni el viento de algunos segundos.
Las calles han perdido sus nombres. Ahora
tienen un número colgado al cuello
alineadas fríamente.
Esta esquina trae la muerte de cuatro compañeros
y una muchacha.
Frente al cine se reunen otros amigos,
nadie me conoce.
Nunca he rezado en altares de dioses
jamás fiestas de dioses,
siempre ajeno a una guitarra.
Converso con cuadernos llenos de vergüenza por sus poemas
las integrales no me han resuelto ninguna dificultad.
Ni reflectores ni cámaras
han jugado la exclusividad de verme
vencedor
de gladiadores enemigos.
Acorralado por los días
he tenido vicios, lo confieso
como confieso aquí mi testimonio, mi sangrar.
El lóbulo convexo de un ojo.
La ciudad se destierra con un balazo.
Cientos de hambres deambulan oxidándose
en busca de una lengua herrumbrosa.
Mi lengua es la escoria de cada pecado intacto
y yo como un desastrado más
reduciéndome
un mediocre casi moribundo.
Lenta
fríamente
cual gota de suero
la soledad desgarra.
Nos aniquila plácidamente.
Todos los dioses tienen un hijo bastardo. Soy ese
sin dios.
Me descalabro. Caigo por este despeñadero árido.
Detesto el olor a sangre y la llevo caliente
comprime el cansancio entre la cintura y el pavimento.
Caigo entre materiales de desecho
erosiones del ocaso sostenido por profundidades
no obstante exijo de mis pulmones
de mis propias fermentaciones
y arranco cada ventosa prófuga de llagas
por el manoseo, por las dudas, por el hombre.
Doy miedo. Siento náuseas, deliro, jadeo
vomito buches de ansiedades.
Huelo a la porquería de mi vientre
las uñas se derriten
ahoga tanto la impotencia
la fiebre hace flotar.
La mugre nos mantiene húmedos.
Miro durante un largo episodio. Hago rechazo
extraviado
entre tanto espacio
cada vez más lejos.
Esta no es la muerte. Esta no es mi muerte.
Me repugno. Este cuerpo es una gota
gota de pus maloliente,
apenas un gemido sediento de locura.
Tengo que matar este venado. Se come las lilas.
Endurece las venas. Intoxica. Engulle el aliento
no necesita espátula, aceite, ni óleo
donde hacer espuma la nostalgia de otras tardes.
Esconde la vergüenza
por los confines de las viejas estaciones.
Hacer el amor es descargar el inodoro.
Si no mato este venado se come las lilas.
Pido permiso para cruzar este celaje desnudo entre palabras
huir a la certidumbre por fulminantes navíos
herrajes de silencio y resumen.
Pido permiso por amaneceres amontonados
entre generaciones salvadoras en jornadas festivas.
Soy ese hombre acorralado
ese hombre por la ciudad acorralada.
No teman por mi proceder
el azar es un perro que todos llevamos dentro
sin domesticar
y sólo falta un chasquido de dedos
para que huya despavorido.
Y me digo yo, Juan sin oficio
mediocre por leyes de dioses
adoradores de ídolos
pasajero diario de este útero de Tierra
por no asistir a otra empresa
mediocre de qué
hay que comenzar de nuevo
cada jornada un párrafo
la página perdida.
Me sacudo de ruinas
muerdo venas para no gritar
escarbo recuerdos a puñados
hasta sanar lo que escribo
y limpio de toda luminosidad
salgo de entre las palabras.
Renazco.
Vuelvo a contemplarme
acosa el hambre pero aún me sostiene la luz.
Conservo un susurro fatigado,
me desnuda de viejas maderas.
Yo, un ansioso de la suerte por enésima vez
abro los párpados para buscarme detrás de los ojos
sentir un desgarro, una evidencia
esta lengua arrastra un atroz apetito.
Voy acercándome a la rabia
cruzo la línea inflexible del horizonte
y salgo por el proscenio.
Juan Calero -Cuba-
Seleccionado por Claudio Lahaba
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