1
Yo, no más que el balsero
hijo de mi padre,
hijo también de estas islas
acostumbradas a la emigración
donde unos piensan sólo en trabajar
mientras para otros no existe la razón suficiente.
Confieso que todo depende de repicar campanas por el pecho,
el repicar de campanas y los dedos largos de la noche
que se afanan por desconocerlo.
He aquí el reverso del agua, la corriente.
He aquí la oscuridad murmurante
encharcada, inconmensurable, inconmovible.
El grito extenso y lleno de sed viaja por ciudades remotas,
la hoguera de párpados tremendos confiesa tener dudas
y el canto que no ha existido jamás
apenas un dedo de nada
vuelve lleno de miedo
sin entender
el extremo más ecuatorial del destino.
El inmigrante no vuelve. No es ventura
resucitar con los bolsillos manchados de humedad.
Emigrar es nacer un poco más tarde
y todos estamos dispuestos a ser otro
por dejar de ser inmigrante
hasta romper los nuncas
con la urgencia del que no quiere morirse.
2
Destino, perro mío
por qué quieres salirte del pecho
si afuera todo es mortal.
Ábreme las puertas, soy el campanario,
me quedo sin palomas.
He hablado de ti, pidiendo mordidas de peces.
Muchas veces hablo, como ahora,
las campanas suenan tan dentro, oh alcatraz, que he rezado
por la raza de los martes.
Escoge una larga pausa donde ahogar la rabia
invita a la lluvia por los charcos de la ciudad.
Desata remolinos, furias o caracolas.
Es la hora de levantar los oficios.
Bien sabes que el día con sus límites
se esconde por tus cabellos encendidos.
Perdona tal vez esta flaqueza si digo
“vuélvete, toma tu migaja
y sálvame de estas cuatro auroras boreales
pariendo en el ala del sombrero”.
Poco importa ya la tibieza de alguna máscara
si canto sobre las paredes del silencio.
Seas tú, el mundo no es quemarse los dedos
improvisando un himno condenado
que dispersa sus cenizas
sin volcarse en otro nuevo testimonio.
Juan Calero -Cuba-
Seleccionado por Claudio Lahaba
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