"“Escribir es defender la soledad en que se está”
María Zambrano
La voz del tiempo anuda los lazos, los ata, desde nuestro inconsciente interés en abundar sobre lo que fuimos y somos. Así la catalogación emocional suele detenerse en los datos más irrelevantes y sorprendentes ‐el gesto de un desconocido, el color de los zapatos, la luz de aquel día, un paisaje desde la ventanilla del tren, del autobús...‐ que, incluso, nos interroga sobre el por qué de ello y la valoración de ese hecho intemporal, a la par que caprichoso, que nos acompaña durante el resto de nuestra vida. Sin embargo, hay otros que alumbran el existir de una manera diferente, con ese tono íntimo y recóndito que vive con plena conciencia de su origen, razón y emoción. Esta perenne vivencia se transluce y reafirma en el acto real al que nos invita. Como si de un ritual se tratará, su liturgia vuelve a restañar, a ennoblecer, a acendrar lo que acaba por convertir en el designio de la mayor de las certezas. La costumbre del entendimiento aceptado, la herencia que decanta el advenimiento de lo cotidiano, la introspección de una mirada que recoge la evocación de un momento, tan distante del resto y tan indisoluble del mismo.
Erri de Luca responde a la pregunta. El escritor "en italiano", como prefiere denominarse ‐nació y creció en
Nápoles‐, no se zafa del compromiso que adquiere la literatura querámoslo o no, "No doy crédito a los
escritores sino a sus relatos (...) Un escritor está en una situación privilegiada. Si lo que hace es decir algo contra el poder está haciendo sólo una parte de su trabajo. No creo que la literatura tenga tareas especiales salvo en caso de emergencia. Fuera de ellos no puede cambiar el mundo, pero sirve para hacer compañía". La literatura se sincera con principios como el que manifiesta el autor de "Tres caballos". Publicó su primera novela con 39 años. Se ganó la vida, entre otros oficios, como albañil, "Ningún obrero trabaja por vocación. Yo seguía en la obra, así que mis colegas pensaban que la literatura no valía mucho".
Resulta edificante convenir en el espacio de reflexión que, sin tic superfluo o mohín intelectual para la galería, nos recrea Erri de Luca. Sin adolecer de carga y transmisión, incide en la verdadera naturaleza del concepto literario: la lectura es un descubrimiento permanente que nos ayuda a vencer nuestra vocación de soledad, de abandono, de miedo a la libertad.
Mario Vargas Llosa ha publicado recientemente "La civilización del espectáculo", un extenso análisis sobre
el concepto de cultura y la desorientación que sufre en la actualidad. En deriva a la banalidad y al exclusivo
divertimento. Pero, ¿de qué cultura hablamos? El interés del libro se cierne sobre la amplitud de datos y autores que recopila para aglutinar el fundamento que lo vertebra: la cultura como progreso espiritual y conciencia ética convertida en pura satisfacción, que se desentiende del saber y el conocimiento. Valorando la descripción y el desapego al acomodo de una, cada vez más, presencia reaccionaria en la literatura presignada por un lenguaje de adeptos y jactanciosos que encierran literatura y cultura en un club en el que ellos sólo se reconocen. Estamos hablando de la cultura a la que sólo tienen accesibilidad los mismos que la han convertido en objeto de deseo fútil y como pretexto para su conversión en negocio como garantía y salvaguarda de sus intereses. A mi modo de ver como consecuencia del neoliberalismo que ha caracterizado estos últimos 100 años. Apuntando al deterioro generalizado del humanismo como valor cultural y político. Sustrayéndose del concepto de libertad y racionalidad, procurando la desmembración de la cultura en un iceberg aislado al albur de corrientes alejadas de la independencia y la ética.
Apenas con 12 años mi padre comenzó a trabajar. Tuvo que abandonar el colegio, tras la Guerra Civil
Española. Aunque eso no le impidió conservar una escritura tipo inglesa a la que siempre satisfacía acercarme. Observar sus dedos abrazando el bolígrafo y dibujando las letras, una a una, en la demostración de que lo bien hecho poseía valor en sí mismo. Quizás de ahí provenga mi especial predilección por los procesos manuales del ser humano. En los que se denota, más que en ningún otro, su capacidad de simplificar lo bello. Aún conservo ciertos libros que fechaba con trazo firme, incorporando su nombre. Una especie de ex‐libris en los que reconocía su propiedad, aunque él lo aplicará en la primera hoja en blanco en vez de en el reverso de la tapa de los libros. Le recuerdo los mediodías y tardes de domingo, sentado en el sofá de escay, junto al balcón, con la mirada ensimismada en el periódico. En días de sol la sombra de su inmutable actititud sedente se extendía por el pequeño salón. Era una lectura que me trascendía no por su contenido que desconocía, sobre todo por la contemplación de mi padre que, a su vez, estaba inmerso en un proceso del que no me atrevía a desuncir. Era extraño y seductor compartir la soledad de su lectura. Él
estaba en otro lugar, yo lo intuía. Y me hacía especial emoción ser espectador de tal ingravidez. La lectura, su lectura, en mis ojos infantiles y aún en la adolescencia, le dotaba de un halo enigmático y lo elevaba sin límites hasta mi conciencia que se nutría de esa especie de talismán, el periódico, que contenía entre sus ásperas manos de obrero. Ese acto íntimo y familiar ha protagonizado, desde entonces, todos los domingos de mi vida. Su recuerdo y sentir me acompaña y pertenece. Ese don lector, callado y ausente, de un hombre no instruido pero consciente de la realidad, no desde la intelectualidad pero sí con el sustrato cultural de la intuición sin complejos, me enorgullece. La herencia de este don lo revierto en cada lectura y acto de escritura que llevo a cabo, como honra a su memoria, a su origen sin recursos, a las penurias que sufrió y a la lectura como principio de libertad y hecho diferenciador frente a la impostura cultural. Como significa Erri de Luca, "Un escritor es como un zapatero: tiene que hacer buenos zapatos. Si quiere darle un valor ético o político a su trabajo lo que debe hacer es actuar para que nadie tenga que ir descalzo".
Pedro Luis Ibáñez Lérida
Publicado en la revista LetrasTRL 46
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