Al levantarse aquella mañana, Pirueta se miro como siempre en el pequeño espejo que colgaba en una de las paredes de su viejo carromato, pero cuál no sería su sorpresa al descubrir que su traviesa sonrisa había desaparecido, incrédulo se miraba una y otra vez tratando de encontrarla, pero su boca grande y roja se extendía como una larga raya de libreta escolar y por mas que se esforzaba haciendo una que otra mueca solo conseguía que sus labios se estrecharan mas y mas.
Desesperado caminaba a uno y otro lado preguntándose:
_ ¿Cómo voy a mirar a mis amigos?
_ ¿Qué dirán de mi los niños?
_ ¿Para qué voy a servir ahora?
Caminaba dando zancadas y por momentos se detenía para buscar minuciosamente en todos los rincones, debajo de la cama, entre las hojas de sus gastados libros, en los bolsillos de sus raídos pantalones, en las viejas cazuelas y hasta en las suelas de sus enormes zapatos por si la hubiera pisado al caerse, pero no aparecía por ninguna parte.
Así pasaron algunas horas, ya cansado y sin esperanzas se dejó caer sobre su inseparable butacón mientras dos negros lagrimones rodaban por sus regordetas mejillas.
Fue entonces que escuchó la inconfundible voz de su novia Estrellita, que le daba los buenos días desde la ventana, desconcertado pensó en no contestarle, en esconderse, hasta en salir corriendo, cualquier cosa haría con tal de que no lo viera con aquella terrible cara de tristeza, pero lo pensó mejor y decidió pedirle ayuda.
Con la cabeza baja se asomó cautelosamente para que no se asustara al verle, levantó poco a poco la mirada y cuál no sería su sorpresa cuando descubrió que sobre los labios de la linda payasita, alegre como una mariposa revoloteaba su querida sonrisa.
Entonces comprendió que la muy pícara se había quedado allí cuando se dieron el beso de buenas noches, lleno de emoción corrió hacia ella con los ojos iluminados al saber que esa tarde cuando se presentara ante los niños seria como siempre un payaso feliz con sonrisa de luna.
ELIZABETH ÁLVAREZ FRANCO
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