¿Quién era entonces,
quién era ese transeúnte desconocido
que preguntaba por mis venas
en los espejos de las farmacias
y en las portezuelas de los automóviles?
¿Y aquel que una tarde rotularon en la caldera
de un anfiteatro?
Yo solamente fui la marca de un vestido
y una corbata con unas manos suplicantes.
Y el niño que cumplió su cita
en una calle abandonada
para fecundar a una ramera.
Pero ahora, he aquí que he recuperado
el libre ejercicio de mi odio y mi risa
y camino -justo y total- con el fardo
de mi gozosa podredumbre.
Ahora puedo arrancar un cartel
y lamer con delicia sus bordes despedazados.
O ponerme a llorar a gritos en una esquina
por la muerte de un insecto.
O mirar furiosamente a los transeúntes
para entregar al primero un sobre lacrado
donde he depositado mi falsa, mi anterior alegría.
HÉCTOR ROJAS HERAZO (1921-2002) Colombia
Publicado en la revista La Urraka 30

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