lunes, 6 de agosto de 2012

CELESTE


Tú misma has echado las invitaciones al buzón. Eran nueve, exactamente. No sabes si todos tus invitados acudirán, pero confías en ello. Hace un día horrible. Guardas la bolsa que ha servido de protección a las cartas. Continúa lloviendo. El pañuelo rodea y esconde casi todo tu rostro. Las gafas sobresalen creando un perfil asimétrico, pero más natural que tu propio aspecto. No sabes qué habrías hecho si estuviera luciendo el sol. No te atreves a salir si alguien puede verte. Te sientes mal cuando te observan.
No estás segura de que reacción odias más: la de aquellos que se ríen o la de quienes te miran con cara de lástima.
Aquel día, también llovía. El primer peor día de toda tu vida. Al que después se le sumarían muchos. Volvías de casa de una amiga. Te habías olvidado el paraguas y había comenzado a llover. Estabas muy desarrollada para tu edad. Hacía unos meses, habías tenido tu primera regla y tu cuerpo ya tenía las curvas de la primera juventud. Toda empapada, tu ropa se había ceñido tanto a tus pechos que te cubrías con tus brazos por pudor y vergüenza. En aquel momento, podías despertar los deseos de algún hombre, quizás de un hombre enfermo. De pronto, una mano cubrió tu boca, otra te apretó en la cintura empujándote hasta el portal más cercano. Sacó un cuchillo que acercó a tu cuello y te advirtió. Ya no recuerdas las palabras porque has luchado tanto contra aquellas imágenes que algunas has conseguido borrarlas. Le viste su rostro y un frío paralizante recorrió tu espalda. Sus ojos color ambar estaban llorosos, casi fuera de sus órbitas. Sabías que si no entraba nadie en aquel portal, sucedería algo y eso te ahogaba en un miedo atroz, intensísimo. Te obligó a tumbarte en el suelo, tras la escalera, como si se tratara de dos jovencitos enamorados que se esconden de las miradas de los vecinos que vuelven a casa, pero aquella noche no entró nadie en el portal. Llovía y hacía calor. Una tormenta de verano como la de hoy, día en el que has enviado tus cartas, tu venganza.
Lo habías visto tantas veces en la clase de enfrente que no entendías por qué te estaba haciendo aquello. Siempre te había parecido un chico muy guapo e incluso habías salido con él, sin embargo, tú no eras su tipo. No eras la clase de chica con las que solía salir. No eras guapa, no entendías por qué te estaba haciendo aquello. Te rompió la blusa, rozó tus pechos con su cuchillo haciendo que te estremecieras.
Todo lo que vino después no vas a rememorarlo hoy, estás empapada y cansada. Deseas llegar a casa.

Publicado por MARÍA JOSÉ BERBEIRA RUBIO (Castelldefels) en su blog dondehabiteelolvido-airama

No hay comentarios:

Publicar un comentario