domingo, 6 de junio de 2021

LA DAMA DE HONOR

                       

    Cuando Alejandro llegó al altar de la Iglesia de San Bernardo aquella soleada mañana para contraer matrimonio con Julieta su adorada novia, pensó que ésta estaba deslumbrante. Mas al mirar a su corte de honor, vio con gran admiración a la dama principal,  una hermosa joven (que apenas sí llegaría a los veinte años), ataviada  con un   hermoso vestido largo de  tul color verde esmeralda como sus  nostálgicos ojos de profunda mirada.

       Una vez ya consumada la ceremonia y cuando Julieta salió al atrio del templo, le presentó a su marido la corte de gentiles muchachas que la habían acompañado, entre ellas a Zoraida la dama de honor. Cuando Alejandro muy cortesmente le dio la mano, a pesar de encontrarse en el éxtasis de su amor por quien ahora era su esposa,                     una emoción extraña invadió su cuerpo. Él no le dio mayor importancia a esto, mas durante la fiesta de bodas y sin proponérselo, se dio cuenta de que sus ojos siempre se encontraban con los de la joven sin dejar de admirar su singular belleza y ese aire de niña ingenua que tenía.

       A la sazón él trabajaba en una empresa automotriz en Las Vegas, y Julieta en Nueva York como secretaria en una firma de Bienes Raíces, en donde se habían conocido cuando él fue a solicitar los servicios de esta oficina, porque planeaba comprar un apartamento. Finalmente y ya con planes de matrimonio en su cabeza, había adquirido una propiedad en Manhattan.

       Cuando él y Julieta se casaron, se comprometieron a nunca mencionar la palabra divorcio. Y ese deseo de permanecer unidos por siempre, se les hubiera cumplido si hubiesen continuado juntos por su ruta.  Mas dos meses después de la boda, ocurrió algo inesperado e infausto que cambió sus destinos: Deseando disfrutar de su luna de miel, lo cual no se les había dado porque cuando se casaron no pudieron hacerlo debido a compromisos impostergables de la firma para la cual trabajaba Alejandro, acordaron tomarse unas dos semanas de licencia en sus respectivos trabajos, a fin de disfrutarlas ya como marido y mujer y entonces determinaron que lo harían en Nuevo México que tánto le gustaba a Julieta y en donde vivian algunos primos suyos.

       Así pues en una soleada mañana y con rumbo al lugar elegido, abordaron la pequeña avioneta piloteada por  Rolando Amézquita, el gentil amigo de estudios de Alejandro, quien muy generosa y amablemente se había ofrecido a llevarlos. Se encontraban felices dentro de la cabina haciendo planes para disfrutar al máximo su tiempo de estadía allí, cuando intempestivamente la avioneta empezó a moverse violentamente  al entrar  en una turbulencia en una zona ya cercana a su destino y el piloto -que no era muy experimentado-, perdió el control y el aparato  empezó a caer en picada. Instintivamente Julieta y Alejandro se abrazaron aterrorizados. En un santiamén la avioneta se estrelló estrepitosamente;  se envolvió  en llamas, y quedó destrozada.

       Cuando la patrulla de auxilio llegó, ya el piloto y Julieta habían fallecido debido a las serias fracturas craneanas que habían sufrido por el terrible impacto. Alejandro fue conducido al hospital en donde debió permanecer internado en cuidados intensivos debido a las contusiones recibidas, mas tras de unas semanas de exitoso tratamineto fue  dado de alta.

        Muy conmocionada, Zoraida  supo del fatal accidente y de la intempestiva muerte de su  amiga con quien había tenido amistad desde que estudiaban en la universidad, y entonces fue a casa de Alejandro para presentarle su sentido pésame. Éste que se encontraba  sumido  en  un  mar  de  dolor  inconsolable,  agradeció  sus  reconfortantes muestras de condolencia.                                                             

        Así continuó entre ellos una amistad muy sincera y alentadora, y como buenos amigos amalgamados por el recuerdo siempre presente de Julieta, a veces salían juntos a comer a algún restaurante o iban a cine, o a disfrutar sanamente de una obra teatral. Pero ocurrió que poco a poco se volvieron casi inseparables, y un buen día, Alejandro se dio cuenta de que estaba enamorado de Zoraida; a más de su belleza física y espiritual, le atraía ese aire mesmeriano de niña-mujer que la hacía tan especial y femenina,  y al declararle su amor  supo con gran beneplácito que ella también estaba enamorada de él, mas que por cierto pudor no le había manifestado sus sentimientos.

       Tras de un buen tiempo de  noviazgo, acordaron casarse y precisamente en el mismo templo de San Bernardo, como un gesto de solidaridad y amor hacia Julieta. ¡Cosas del destino! Se dijo Alejandro en el momento de recibir la bendición del sacerdote, pensando: Hoy he venido a contraer matrimonio  con quien en mi  boda anterior fuera ¡La Dama de Honor!

Leonora Acuña de Marmolejo

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