La luna se aproximó a su cenit. Quizás fue entonces cuando me percaté de la situación, o a lo mejor lo había hecho mucho antes, pero esta vez sabía que estaba perdido. Todo por lo que había luchado se desvanecía por momentos. Aquél mundo irreal se estaba volviendo contra mí y los primeros síntomas no se hicieron esperar. Ángela intentó correr en una huida desesperada. Nunca había querido creer, pero ya era demasiado tarde... Nada la podía librar de mí y su destino quedó marcado por la fatalidad.
En contra de mi voluntad me estaba transformando en una bestia oscura de irrefrenables deseos; era la misma criatura que Ángela miró durante años como un fantasma pasajero de mi subconsciente.
Cuando la alcancé bebí el cálido elixir de su cuello con mis colmillos lobunos y sentí como su último aliento de vida se escapaba irremediablemente entre mis garras. Su sangre reconfortó mi apetito insaciable, aplacado durante años por pastillas y sedantes. Una vida de terapia me había convencido de que mi estado animal era invención de mi mente, pero nada más lejos de la realidad…
Allí me hallaba yo, en una carretera perdida junto al cuerpo sin vida de la que hasta entonces había sido mi esposa. Era la prueba irrefutable de que no estaba loco. Ojalá mi mujer no hubiera sido una psiquiatra tan convincente.
Francisco Javier Masegosa Ávila(España)
Publicado en la revista digital Minatura 117
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Hace 9 horas
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