Genio de la música italiana, orgullo de la ciudad de Venecia,
ejemplo de la época barroca, figura inspiradora del mismo
Bach, eximio compositor, Antonio Vivaldi ha pasado a la historia
como uno de los inmortales genios de la música de todos
los tiempos.
Antonio Lucio Vivaldi nació en Venecia. En esa época, la
ciudad y su región formaban una república independiente —la
Serenissima Repubblica. Era un ducado próspero e influyente,
muy ligado a las artes. Entre sus moradores más destacados
encontramos a Monteverdi, Tiepolo, Tintoretto, Canaleto, Zeno,
Albinoni... y obviamente, a Vivaldi quien se tornaría uno de
los hijos más célebres de la ciudad de los canales.
Antonio siempre tuvo una salud bastante frágil. El 4 de
marzo de 1678, pocas horas después de haber nacido, sus
familiares corrieron a bautizarlo de urgencia pues pensaban
que no iba a vivir.
El padre, Giovanni Battista, era barbero, fabricante de pelucas
y también tocaba el violín, lo cual le había valido un
puesto en la Capilla Ducal de San Marcos. Los Vivaldi eran
conocidos en la ciudad como “los Rojos” (en Argentina hubieran
sido “los Colorados”) pues la mayor parte de los miembros
de la familia eran pelirrojos.
En esa época, tener los cabellos rojizos era un hecho poco
común, de ahí que los pelirrojos despertaban la atención de
todos y no eran muy bien vistos.
Antonio demostró su vocación musical desde muy pequeño.
Fue educado por el padre, quien lo inició en el violín; sus
progresos fueron tan evidentes que, aún siendo niño, entró
como músico “extra” en la Capilla Ducal.
Al mismo tiempo, su padre le inculcaba el camino del sacerdocio
pues así su hijo tendría todas las garantías y la protección
de la Iglesia y también tendría vía libre para expresarse
musicalmente en la ciudad.
Y así fue. Antonio recibió la tonsura cuando tenía 15 años
y fue ordenado sacerdote diez años después, exactamente
cuando asumía el cargo de profesor de violín en el Ospedale
della Pietà, institución religiosa que ofrecía asilo y formación
musical a niñas indigentes.
Cuesta creer que este sacerdote no rezó misas por mucho
tiempo.
Cumplió sus funciones regulares durante un año y luego,
nunca más. Existen algunas leyendas sobre este hecho. Una
de ellas cuenta que él había salido corriendo, en mitad de una
misa, para anotar una melodía que le había surgido. Por este
acto tan inusitado, Vivaldi sería apartado de sus funciones
sacerdotales por el Tribunal de la Inquisición. Él mismo explicó
su problema, casi al final de su vida:
“Hace 25 años que no celebro misa y nunca lo haré, no por
orden o prohibición de mis superiores, sino por mi propia voluntad,
debido a una dolencia congénita que me deja con el
pecho cerrado y con la sensación de falta de aire. Apenas me
ordené recé la misa durante poco más de un año y en tres
ocasiones tuve que abandonar el altar sin terminar la ceremonia
a causa de ese mal”.
Ese misterioso mal al que aludía nuestro músico no era
otra cosa que asma. Ahora bien: ¿cómo un cura que no podía
mantenerse más de 20 minutos en el altar pudo construir una
obra tan vasta y, además, dar clases, dirigir, coordinar sus
negocios sin detenerse un instante? Este tema, hasta hoy día,
resulta un misterio.
Víctima del mal misterioso, o no, Vivaldi fue director del
Ospedale en 1705. Si bien no ganaba mucho, era un gran
cargo. Tenía a su disposición una buena orquesta, coro y solistas
que, permanentemente y sin ninguna limitación, le permitían
la ejecución de sus obras y toda suerte de experiencias
musicales.
Existían cuatro “ospedali” semejantes en Venecia, todos
famosos por su música. Pero La Pietà era el más respetado y
a sus conciertos asistían las personas más influyentes de la
época, inclusive reyes y reinas. Por lo tanto, nuestro músico
comenzó a contactarse con la nobleza de manera constante.
Y así inició su fama internacional, realizando viajes y publicando
sus obras.
Además de su labor de rutina en el “ospedale”, Vivaldi
se dedicó a la ópera. Así comenzó su actividad teatral, no
sólo como compositor, sino también como empresario, en
1713, cuando su primera ópera “Ottone in Villa” fue estrenada
en Vicenza. Pero su nombre quedaría ligado para
siempre al Teatro Sant’Angelo, de Venecia, donde sería
el principal organizador de todas las actividades artísticoculturales.
Como empresario de ópera Vivaldi tendría una vida
colmada de tribulaciones. El Cura Rojo no paraba un
instante: contrataba, pagaba, resolvía discusiones y peleas
entre los cantores, solucionaba problemas financieros,
ensayaba, organizaba giras. ¿Y su problema respiratorio?
Al parecer, esa enfermedad no constituía ningún
obstáculo para sus actividades.
Como si no bastaran su sacerdocio frustrado ni la
intensa actividad en el teatro, el extraño sacerdote vivía
cercado permanentemente por un séquito bastante curioso
compuesto por cinco mujeres: Annina, su cantante
predilecta; Paolina, la hermana; la madre de ambas y
otro par de muchachas.
Obviamente, esto le valió toda suerte de ataques,
chismes y comentarios con doble sentido. El más célebre
fue un libro del compositor Benedetto Marcello, “Il Teatro
alla Moda”. El texto estaba destinado a quien quisiera
lograr éxito con la ópera y daba consejos y orientaciones
a libretistas, cantores, músicos, escenógrafos y también
para las madres de las cantantes. De modo sarcástico,
Marcello hizo muchas alusiones a Vivaldi en su libro,
denominándolo irónicamente "compositor moderno".
Entre éxitos y críticas, Vivaldi se consolidó como
compositor y empresario, llevando a su compañía teatral
a muchísimas ciudades. No obstante, una de esas giras
fue frustrada por el cardenal Tommaso Ruffo, quien le
prohibió un viaje a Ferrara, en 1737, ciudad en la que
residiría durante toda la actividad empresarial que la gira
demandaba.
El cardenal consideraba a Antonio como una persona
indigna diciendo que “es un padre que no reza misa y
que mantiene una amistad sospechosa con una cantante”.
Este hecho consumió buena parte de los bienes del
Cura Rojo y esa prohibición significó, como él mismo lo
definiera, su “ruina total”.
Fue así que Vivaldi, al punto del fracaso en su ciudad
y ya considerado como una persona “inmoral”, resolvió
partir hacia el norte de Europa, en 1740.
Los motivos y el destino de ese exilio resultan tan
misteriosos, como buena parte de la vida del compositor.
Algunos historiadores alegan que Vivaldi habría sido expulsado
de Venecia por el mismo gobierno de la república.
Pero no hay seguridad de esto.
De cualquier manera, el exilio de Vivaldi fue interrumpido en
Viena. Todos los indicios muestran que la capital austríaca era sólo
una estación de paso hacia un destino desconocido. Él se hospeda,
junto a su inseparable Annina, en casa de un desconocido de nombre
Satler. Pasa algún tiempo allí y, de manera inesperada, fallece
el 28 de julio de 1741.
Su funeral fue la exacta antítesis de los éxitos que obtuvo: simple,
pobre, sin rituales ni protocolos, en el más completo anonimato,
como una contradicción final a una biografía marcada por el brillo y
el aplauso.
La principal característica de la obra de Antonio Vivaldi es su
propia agitación, su pasión, su inquietud, un ansia de componer
raramente igualada en toda la historia de la música. Es fácil verificar
el tamaño de este furor musical: su catálogo de obras consta,
sin contar lo que está perdido y a veces se encuentra, de 456 conciertos,
73 sonatas, 44 motetes, 3 oratorios, 2 serenatas, cerca de
100 arias, 30 cantatas y 47 óperas.
Cada una de las piezas tiene el sello personal del compositor: la
seducción. Es muy difícil permanecer indiferente a la música de
Vivaldi, una música rica, brillante, colorida. En esa búsqueda del
corazón del oyente, el Cura Rojo optó por las formas más claras y
por las estructuras más simples para construir su edificio musical.
Pero Vivaldi no puede ser considerado sólo un creador incansable
de inolvidables melodías pues él dejó su impronta en toda la
música instrumental que le sucedió. Es, por derecho propio, el primer
compositor sinfónico. Con Vivaldi, los violines adquieren gran
fuerza y densidad orquestal; fija el esquema tradicional de movimientos
(rápido-lento-rápido); surge el concepto de solista; la instrumentación
y la orquestación ganan una importancia nunca alcanzada.
Su música, nueva para la época, hasta hoy en día no ha perdido
su encanto.
ALBERTO PEYRANO
Publicado por la revista Estrellas Poéticas 47
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Hace 9 horas
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