Un poeta produce cuando es otoño y llovizna
y las casas se elevan por la gracia de la niebla,
el poeta vuelve entonces al país de la infancia
poblado de angustias, de sonidos y abuelas.
Calla el tiempo un instante, orvalla la mirada,
la nube es universo que envuelve todo el cielo
cercano, por la tarde, al plano del ocaso, o así
al menos lo imagina el poeta que aguarda.
Nada en esa fiebre el consabido silencio
que sirve como abono de las bellas metáforas;
suena aquello oculto, place para el hombre
la magia indescriptible de esa breve instancia.
Un poeta genera los frutos que en el alma
alimentan la vida con sutiles fragancias: el azul
de los días, la querida y su amor, el vino y la luz
que en cada buen camino como meta se instala.
¡Infeliz la distancia entre el ave y la sonrisa!
¡Maldita sea la alcurnia del odio y la mentira!
Calma lluvia nos dice que es inútil la prisa
si en cada hora cantan siempre sesenta vidas.
Un poeta escribe y la mano le es ajena:
cinco dedos suplantan el dolor que los tiempos
le agregan a esa gota con tono de pena;
con el otoño las hojas dan la forma del viento.
ALEJANDRO MAURIÑO-ARGENTINA-
(Premio de poesía, Universidad Nacional del Nordeste, UNNE, 1999)
Editado en "Otros Poemas", 2000
Publicado por la revista Estrellas Poéticas 47
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