En la historia, toda mujer
es referente importante,
su presencia descollante
la hizo siempre engrandecer;
es fácil de comprender,
sean ellas religiosas,
solteras, laicas o esposas,
las de la ciudad o el campo,
o las que aquí yo estampo,
anónimas o famosas.
Para ese poder no importa
cuál es su ubicación social
ni su nivel circunstancial,
pues la mujer siempre porta
lo que al mundo lo conforta.
Más aún, si es religiosa,
la fe la hace bondadosa,
humilde, fiel y servicial
y se vuelve dimensional,
perfectible y estudiosa.
El empoderar requiere
gran requisito exigente
que, verdad, en toda gente
es difícil que impere,
porque uno y otro prefiere
imponer su propia vida,
aunque la tenga destruida.
Las santas, en cambio, tienen
los caminos que previenen
evitar toda caída.
Veinte siglos de la historia,
aunque con vida precaria,
la mujer no fue sectaria
para aspirar a la altura
del mundo interno en blancura.
La Madre de Jesús, María,
en su perfección traía
cómo enfrentar los agravios,
haciéndolos desagravios...
¡con la paz como elegía!
Si a las santas voy a nombrar,
como ejemplos, nada más,
con sus nombres tú plasmarás
toda una historia ejemplar
que no se debe olvidar.
Catalina, Rita, Elena,
Teresa de Ávila, buena,
y de Asís la hermana Clara
con todas se equipara:
¡ejemplos de mujer buena!
Más ejemplos, Teresita
del Niño Jesús; la cima
nuestra Rosita de Lima,
ninguna es favorita
pues ninguna necesita
sobresalir… ¡No hay rivales!
Todas ellas son iguales,
con Teresa de Calcuta,
María Goretti... ¡son ruta,
a Dios..., caminos reales!
Ana, Madre de María,
Beatriz de Silva Meneses:
su vida creció con creces
que al mundo le brindaría
lo que le concienciaría.
Edith Stein, Teresita
de Lisieux, Bernardita
Xoubirous, santa Lucía,
que ante María acudía:
¡son ejemplos que se imita!
De Arequipa, otra peruana:
santa Ana Monteagudo,
ella desató el nudo
de su longitud humana,
al ser otra guía cristiana.
Si la mujer quiere vuelo,
las santas son el modelo
de mujer empoderada,
que debe ser admirada
en la Tierra y en el Cielo.
Las santas, empoderadas,
nada exigen para sí;
su afán es "Hacer por ti",
por todas las marginadas
o del vicio esclavizadas.
Son la guía y el ejemplo,
fuera o dentro del templo,
con la decencia y respeto,
sin egoísmo indiscreto…,
que me da paz, si contemplo.
Dios nos concede los dones
no como carga egoísta,
esa es visión muy simplista.
Tampoco a que seamos patrones
sino por varias funciones.
Si algo pedimos, que sea
a que todo el mundo vea
que es para servir mejor
y a darlo con mucho amor:
¡quien se empodera…, moldea!
Quien sólo pides por ti
–sea poder o libertad–
sólo ansías heredad
y que eso no llegue a mí.
¿Eso buscas porque sí?
Si lo que tú has recibido
no lo empollas en tu nido
y le das vuelo hacia el mundo
caerás a lo profundo…
y eso no es apetecido.
Empoderarse es amar,
mas no amarse a uno mismo,
es sacar a otro del abismo,
incluso sin oírle llamar;
es ayudarle a saciar
el hambre y sed de su alma,
que acceda a toda la calma
que merece en paz y amor,
es calmarle ese clamor...
¡y que empodere su alma!
Si no cumplo así con juicio,
mi presencia está en vano,
mi andar no va por el llano
sino bordea el precipicio,
porque sin amor es vicio:
¡Mi presencia está de sobra!
¡Mi "empoderamiento" cobra
algo que en sí no merezco;
por egoísta decrezco,
ni no sustento una obra!
No eres nada sin amor.
Aunque estés ya empoderada,
tu vida ya está acabada
al inicio del fragor:
sólo causarás dolor
en afán de brillar sola,
serás cometa sin cola
que el viento suave derriba…
¡Nunca llegarás arriba
y morirás como una ola…!
El empoderamiento es
servicial, no envidioso,
no egoísta ni rabioso,
no hace alarde ni una vez,
no es injusto; es al revés
de ese pregonar violento…
¡Es marginar todo intento
de romper la paz social,
es abrazar al marginal
porque es hermano, y lo siento!
Por todo eso declaro,
con verdad y juramento,
exhortando al momento
comprender lo que aquí aclaro
y que decidido encaro.
Reclamar cualquier derecho
no es para inflarnos el pecho…
¡Es para servir mejor,
sin causar ningún dolor,
como humano derecho!
En toda santa hay poder
sobre su vida y acciones;
son buenas sus decisiones
en la ruta a recorrer:
¡Sabe que no va a perder,
porque es Dios quien lo acompaña;
no tiene que hacer campaña
para conseguir sus logros!
¡No le teme ni a los ogros
que destrozan con gran maña!
Nunca está ella subyugada
a los criterios mundanos;
no arroja ella con las manos
piedras a vida trozada,
porque sabe que es sagrada
esa dignidad ajena:
¡Es que sabe sentir pena
del hoyo en que otros yacen!
¡Buenos y malos se abracen…!
¡Toda vida ajena es buena!
Guillermo A. Bazán Becerra -Perú-
Publicado en el libro Siempre iluminadas nunca olvidadas
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