Ah Huanchaco señorial, hija del mar,
lar de gaviotas y caballitos de totora,
quien te ve, raudo de ti se enamora,
inspiración, musa de poetas al cantar.
Tal vez por designios del destino,
o quizá mis pasos vine a recoger,
otrora viejas andanzas sin querer,
una locura de mocedad o desatino.
Cual malecón, el párvulo de antaño,
viendo al centenario muelle, otrora
se caía a pedazos, que la ola devora,
luce jovial, remozado sin mas daño.
El joven de ayer, hoy poeta trovador,
descalso va en solitario por la Bahía,
con esa estela recuerdos de un día,
viendo del sol encenderse su rubor.
El poeta llora, ya que nunca volverá,
mil pañuelos blancos las olas lucen,
lagrimas de adiós al mar conducen,
pues sus cenizas el mar se recibirá.
En busca de una sirena hija del mar,
su gran amor, dueña de cada respiro,
frente al mar lo llama con un suspiro.
Ella aparece libre y dispuesta a amar.
Silueta sinuosa y sonrisa de aurora,
ella encandila el corazón del poeta,
con esa belleza y mirada inquieta,
y él, como a una divinidad la adora.
Solo basta dirigir la mirada al mar,
profundamente suspirar con ilusión,
para tenerla dentro de su corazón,
cual eco del mar en eterno ondular.
¡Oh mítica sirena, criatura del mar!
Ataviada de encaje y blancas olas,
tus bellos ojos semejan dos farolas,
luz en tu vaivén y sinuoso caminar.
Ya el muelle trascendió y sobrevivió,
el trovador sigue su sirena buscando,
y escribiendo de cuando en cuando,
el poeta murió, la sirena al mar volvió.
George Rivas Urquiza.
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