Uno le pide, le suplica, le ruega, le implora.
En días aciagos, en días de lluvia, en días olvidados.
Uno es el hombre, la mujer o el niño que llora…
En tardes de escuela que aburren; en tardes de trabajo
que cansan; en tardes de cine, en las que nomás
no hay función que anime.
Uno es el muchacho o la muchacha que espera ansioso
a que el reloj marque la hora…
En noches obscuras, que de tan obscuras no se ve
absolutamente nada; no se ven los rostros;
ni el gris tiempo que parece no pasa; ni las ganas
de continuar un día más con la vida; pero, ¿qué es la vida?,
que es, sino esto precisamente: un día que inicia, una tarde
que continua y una noche en la que uno descansa…
Uno le pide, le suplica, le ruega, le implora…
Que no se vaya; que se quede; que no te deje…
que este para ti por siempre.
Uno le pide que te cuide en la enfermedad.
Uno le suplica que te aguante en la pobreza.
Uno le ruega que te escuche cuando el corazón duele.
Uno le implora que te abra los ojos cuando a punto estés
de caer en la avaricia, porque la fortuna toca a tu puerta.
Uno le pide que esté siempre contigo, que no se vaya,
que no te deje, que no te abandone en tiempos funestos;
que te apoye en la vida diaria, en la que juntos empiezan.
Uno se inca…
Se postra…
Se arrastra ante sus pies…
Uno pone su imagen en el altar.
Uno la alaba, la venera y la idolatra.
Uno convierte su nombre en mantra sagrado.
Lo repite, repite y repite; una, dos, tres veces a diario.
En la cena, la comida y en el desayuno,
se ha vuelto el alimento necesario.
Cuando uno le habla le recita oraciones que salen del alma.
Es el amuleto prendido en el corazón.
Es la imagen milagrosa llevada en la bolsa del pantalón.
Uno le cree sin medida, ni razón alguna; uno le tiene absoluta fe;
uno siente que todo tiene sentido; pues esa persona se ha vuelto
la cura que sana cuerpo y alma.
Uno resucita en segundos de vivirla; tantito de ver, tocar,
de pronunciarla, y sentir su divina llegada, aunque no se le ve,
a ella se le siente, aunque no esté, a ella se le siente,
aunque no hable, a ella se le escucha, aunque no te mire,
sabes que te observa.
Uno con ella al lado lo puede todo, al menos uno eso cree.
Es omnisciente, omnipresente, omnipotente, es todo y nada,
si ella así lo quiere, o quizás, tan solo es porque así la quiero.
Por puro acto de amor y de fe ciega, fanatismo amoroso,
pues uno no sabe ni quien, ni como, ni porque ella aparece y
parece la Diosa, una santa y al final te das cuenta
que nada más es una mujer a la que uno ama.
YITO CARRIÓN
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