Debes saber que amanezco con tu sabor a saliva,
con tu miseria impetuosa, con tus aromas perdidos,
que me consumo el alma viéndote acostar los aires
en medio de tu aliento; saber que cuando miro tu camino,
tus pasos me advierten el color de las madrugadas,
su pasado inconcluso, su grito enjaulado desde un cautiverio tan próximo a mi corazón.
Tus ojos no pueden con los míos; me miras
y te resignas a seducir el murmullo, el insignificante soplo
de los perdidos. Tocas las rocas, dejas un nombre escrito
en algún papel en blanco o en los baños calcinados;
saber que te acuestas bajo el mismo árbol, desentona
tus caprichos, tu vuelo de cometa, tu voraz incendio.
¿Eres mujer de alcoba
o una puta melancólica?
A quien le importa la desnudez
de tus senos, si tus pezones sólo consumen mis centavos;
mis dedos prendidos en tu cuerpo depuran la miel, incentivan
la sordidez, el pecado continúa con su labor de mendigo,
y yo prendido como un fugaz amante en la apertura de tu sangre, cuelgo mi chaqueta
en tu sala ensimismada, abierto y sostenido
como un hombre perdido en el rincón más infame de tu carne.
Germán Rodríguez Aquino
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