domingo, 16 de julio de 2017

SESO HUECO


Con este nombre era conocido este personaje habitante de una población a unos 30 minutos de la ciudad de La Habana, Cuba. Era un personaje de modales finos y educados, pero su cabeza no
andaba bien del todo.
Corrían los años 1965 a 1967 cuando lo conocí. Seso Hueco era muy trabajador. Tenía un carrito de cargar comestibles en los supermercados, que se lo habían regalado. El con ese carrito recogía en las calles del pueblo las botellas de refrescos ya vacías que la gente arrojaba en los basureros.
A Seso Hueco se le ocurrió la idea de llevar las botellas vacías a las embotelladoras de refrescos que estaban en las afueras del pueblo y vendérselas para que ellos la limpiaran y las esterilizaran y las
volvieran a embotellar. Como en esa época ya faltaba de todo, las embotelladoras vieron una forma de seguir embotellando. Con ese dinero que ganaba él vivía. Era su negocio.
Como era un “comerciante”, un día al pasar por un banco vio a muchas personas haciendo cola para entrar. Le preguntó a un hombre que para qué era la cola y el señor le contestó: “Es que somos hombres de negocios y la ganancia de nuestras ventas las depositamos aquí y ese dinero gana intereses y así nuestra cuenta va obteniendo ganancias.”
Esto que le dijo el señor, lo impresionó. Abrió su cuenta y así todos los días iba al banco a hacer sus depósitos. Un día depositaba un peso y al día siguiente lo sacaba. Para él lo importante era estar en
la fila de los negociantes y darse el caché de ser él un empresario hasta que un día el gerente del banco lo mandó a buscar y lo pasaron a la oficina del mismo. Este le dijo con mucha educación
“Lo siento Seso Hueco, no puedo seguir manteniendo tu cuenta. Te la voy a cerrar pues gasto más en papel que lo que tú me depositas” y así le cerró la cuenta. Seso Hueco salió de allí sollozando y cuando le preguntaron qué era lo que le pasaba, dijo que los negocios no le iban muy bien, pero no contó lo que le había dicho el gerente.
Seso Hueco tenía una novia que estaba muy flaca y mal vestida. Un día entró a una cafetería con ella y le preguntó: “Mujer ¿quieres ese pedazo de tortilla?” Ella contestó con voz tenue del hambre que
tenía que casi no se le escuchaba “Sí, Sí”. El le contestó: “Muy bien.
Camarero cuánto vale ese pedazo de tortilla? Y este le contestó “Veinte centavos “ Seso Hueco se volvió hacia su mujer y le dijo “Vamos, eso está muy caro” – Y salieron de la cafetería. Cruzaron la
calle y se fueron a un quiosco que vendía periódicos y revistas que estaba cerca de una iglesia. El quiosco tenía un tocadiscos. Seso Hueco puso una moneda en el mismo y pulsó un botón para que se
escuchara un tango. Agarró a su flaca por la cintura y se puso a bailar con ella en la acera.
Los jóvenes del pueblo sabían a qué hora a Seso Hueco le gustaba bailar y se sentaban en los bancos del parque que estaban al frente del kiosco y le aplaudían y Seso Hueco iba de un lado para el otro
bailando el tango con su flaca.
Las autoridades del pueblo dijeron un día que iban a vender pintura blanca para pintar los contenes de las aceras, pues iba a pasar por allí un personaje muy importante y tenían que tenerlo todo pintado.
Ni corto ni perezoso allá fue Seso Hueco y consiguió la pintura. Tocó a la puerta de una casa que hacía esquina y tenía bastante acera pues daba la vuelta a la esquina. Cuando abren la puerta lo atiende una señora y él le dice: “Señora yo le pinto el borde de la acera por un precio muy módico. La señora le contestó: “Está bien”. .Al poco rato vuelve a tocar y le dice a la señora que el borde de su casa ya estaba pintado. “Asómese”. La señora le dice “Gracias”, a lo que él responde “Son 50 centavos” – Ella le contesta “Ay señor es que mi esposo no está y yo no tengo dinero”, a lo que él respondió: “Señora, conmigo no hay problema.” La señora entró y cerró la puerta. Al rato la misma abrió la puerta para salir y con gran sorpresa vio como Seso Hueco le había quitado la pintura echando agua y pasando un paño lo había dejado todo bien embarrado.
Un día le avisaron a Seso Hueco que su mejor amigo había fallecido. Fue al velorio y empezó a llorar y a dar gritos diciendo “Ay mi amigo, mi mejor amigo. Era tan bueno conmigo que yo dormía con él y su mujer en la misma camita”. Los familiares del fallecido lo agarraron por una oreja y lo sacaron para la calle. Después de eso un día los jóvenes del pueblo lo vieron empujando su carrito de
botellas vacías pero llevaba una cuerda larga amarrada al cuello y gritando le preguntaron: “Seso Hueco qué te pasa?” a lo que él les contestó: “Mi mujer me abandonó. Se ha ido con un soldado”.
Claro, si la pobre mujer no comía y estaba muy flaca, y así Seso Hueco se quedó solo.
Pero siempre hay un renacer y un día Seso Hueco iba por la calle triste y cabizbajo cuando encontró una guitarra que habían tirado de una casa para la calle. Le faltaban unas cuerdas pero eso no
importaba. La cogió y se puso a tocar y cantar, así cuando él se enteraba que le iban a dar una serenata a alguna chica, él iba con su guitarra y cantaba y recogía propinas. También subía a los
autobuses que iban para la Habana y tocaba la guitarra, cantaba y recogía propinas. Se bajaba antes que el autobús saliera del pueblo y regresaba en el que entraba. No paraba y por supuesto seguía
recogiendo sus botellas vacías y soñando en conseguir otra novia.

Elsa Septién Alfonso -Cuba-España-
Publicado en Oriflama 30

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