Pese a ser sábado, pongo el despertador a las ocho. Procuro no hacer ruido al salir de la cama. El silencio de la casa me conduce frente al ordenador. Antes, sin embargo, paro en la cocina para proveerme de la cafeína necesaria. Ya lo dijo Brodsky: ningún siglo podrá arreglárselas sin jazz ni cafeína. Mientras acaricio las teclas, Duke Ellington teclea su piano nueve años antes de que yo naciera, eso sí, el volumen al 3. Estas palabras me sustentan y sustentan a las que quiero y ahora duermen. Pienso en la tan cacareada soledad del escritor. De él se ha dicho que “vive solo, aunque su casa esté tomada por decenas de familiares”. Tal vez Facebook, ese bálsamo de la realidad, modifique las cosas. Las soledades varían con el tiempo. Curiosamente, después de escribir la frase anterior, ha venido a mi mente una fotografía. En ella puede verse a Fabien Barthez, de espaldas, completamente solo. La selección francesa, actual campeona del mundo, ha caído derrotada contra la selección senegalesa, debutante en un Mundial. Nos hayamos en mayo de 2002. Corea y Japón organizan la Copa. Barthez, portero de Francia, tiene los brazos en jarra. No puede verse a nadie a su lado y eso que la fotografía abarca más de la mitad del terreno de juego. Está solo, pese a las miles de personas que a buen seguro aún pueblan las gradas; pese a los millones de espectadores que están celebrando la victoria de este nuevo David. Me parece una metáfora acertada; por lo menos, da el pego. Aquel Mundial lo ganaron los de casi siempre.
De Los Sábados ya no Sirven para Pasar la Resaca de
Javier Cánaves
Publicado en Agitadoras revista cultural 51
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