Su decisión de querer a su hermana mayor acabó en un desengaño cuando se dio cuenta de que ella, a quien de verdad quería era a sí misma, buscó entonces el amor de su padre pero al cabo de un tiempo, descubrió que le daba a Dios tanto afecto que para los demás, casi no le quedaba ninguno, cuando ya solo tenía a su madre para conseguir amor y acudió a ella, sufrió un nuevo fracaso porque ella no creía en el amor y su mayor interés era la exactitud, ni siquiera en los amigos del colegio halló el cariño porque siempre había otros amigos a los que querían más y lo mismo le pasó con sus profesores, sus primos, sus tíos, sus abuelos y hasta con su gato, que desapareció y no volvió a verlo. Sintió rencor contra el mundo entero pero el rencor le hería a él mismo porque le recordaba la razón por la que lo sentía, que era el poco amor que había merecido de nadie. Tanto odio había dentro de él y tanto le atormentaba al mismo tiempo ese odio que no le quedó más remedio que recapacitar. ¿Qué era querer?, se preguntó. Era un juego, algo que se hacía por gusto como leer un cuento o ver una película, no era una obligación, no era como comer o como ir al colegio o como dormir, se podía aguantar sin él durante mucho tiempo sin que ocurriera nada, no era preciso querer a nadie y a él tampoco estaba nadie obligado a que lo quisieran, tuvo pena entonces de su hermana, viviendo aquel amor tan aburrido al que se había entregado y de su padre porque no disfrutaría de lo que amaba hasta que se muriera y de su madre, tan puntual que ya no era capaz de jugar a nada, pensó que sus amigos y sus profesores y sus primos y tíos y abuelos jugaban a un juego diferente al suyo y solo por eso, lo dejaban al margen, los perdonó a todos y aguardó sin impaciencia a su verdadero compañero de juegos.
Luis Rafael García Lorente
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