martes, 22 de noviembre de 2016

VERSOS DE MADRE


1 (no tuvo amor)

“Pobre mi madre querida”:
no tuvo amor.
El alma se le fue haciendo en los patios de una clase media de veras pobre;
el pensar, en los libros de unos socialistas realmente idénticos a su padre;
la mano, en la ciencia que se estudiaba en la Facultad de Odontología.

¿Todo salió al revés? El alma
se le pegó a la de un poeta de infancia soleada, oh, en luz de provincia;
el pensar
le indicó que no había saber seguro, o que era un invento de los Enemigos;
la mano fue hábil, sólo la artrosis y el fracaso
la apartaron de un trabajo leal y escrupuloso.

Releo la última palabra y leo: escrofuloso. No puedo
escribir sobre mi madre;
no puedo amar, tampoco yo.
Estoy seguro
de que mi madre fue una de las personas que menos hicieron para que fuera así.

2 (murió en Buenos Aires)

“Un día, nosotros vamos a ir a Norteamérica”.

Creo que había terminado la Guerra no más de tres o cuatro años antes,
y que éramos muy pobres en todo.
Mi padre había muerto dejando sus ilusiones intactas ante nosotros;
mi madre murió llevándolas, con cuidado y locura, de un lado a otro:
todo lo hacía por sus hijos:
pasó por el socialismo de Juan B. Justo,
el liberalismo del Reader’s Digest,
el peronismo,
otra vez el socialismo,
otra vez el peronismo,
y finalmente el ocultismo y la meditación trascendental.
Fue meritorio:
después de todo, ese periplo
lo hicimos todos nosotros. Y ella, jóvenes, era una mujer.

3 (no hubo en ella saber)

Una foto espléndida la muestra con su pequeña hija en la Plaza de Mayo,
o en la del Congreso,
sentada en el césped bajo su sombrero o capelina.
Amigos, rodeada de palomas. Todo el sol, allí;
pero una sonrisa que no sabe ponerse lejos.
El saber es cosa de gente educada.

Y hay gente que no se puede educar. Todo está armado
—al Este y al Oeste—
para que la culpa se cierna sobre ellos:
peste de D’Amicis:
los cómicos sin humor seguirán hablando eternamente de las madres judías
y no de los capítulos de Corazón, por los que todas las madres
terminan siendo la madre de Franti: un sabandija, ella una santa estragada.
Medio siglo después, el payador hubiera podido ubicar junto al D’Amicis,
en la biblioteca encortinada de todo payador,
un Barthes,
por el que todas las Madres de Escritor son siempre unas Pequeñas Niñas.

4 (No hubo piedad)

Mi madre creía en los Enemigos.
Era una creencia paranoica.
La noche en que la velaron,
sólo se habló mal de ella. La fama bien merecida, etc.

Ahora estoy tratando de saber si éste es un poema pietista.
En estos barrios, otro despenado escribió:
“Pobre mi madre querida...”
¡Hombre valiente! Contó
que las penas de su madre habían sido causadas por él,
Alma Perdida.
Y que ella fue
“la que lo amó desde niño,
hasta llegar a ser hombre”.

¡En él
se hizo hombre!

¡Dulcissima Mater!

Del libro “Posible Patria y otros versos” de Oscar Steimberg -Argentina-
Publicado por Rolando Revagliatti

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