martes, 28 de abril de 2015

LÍMITES


Me abrí el cráneo y me asomé a mis límites,
estaban llenos de cerumen y música de fondo,
había jaulas vacías y escaleras de caracol,
un pozo sin fondo hablaba sin parar
y las paredes de los límites estaban carcomidas por loros que saltaban a la comba con sus entrañas.

Las palabras eran kamikaces con boina,
se limitaban a señalar los límites,
lo que quedaba del cráneo regalaba besos a cambio de un millón de euros cada beso,
decía que las pocilgas son fotocopias de algunas almas
y que chirona era la quietud del cerdo cuando lo engordan
para comerlo.

Después de mil siglos de estupor,
cerré mi cráneo con manos llenas de dedos,
estornudé en la cremallera de la cerradura de los puntos de fisión,
engordé quince toneladas por cada centímetro de piel,
floté como una pluma eléctrica,
me miré fijamente con la pericia que da
la delicadeza y la terquedad
y me puse unos límites nuevos entre ceja y ceja.

Serían los límites más ilimitados de todos los tiempos, me dije.

GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-

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