La solipsita se sentía única, hermosa, perfecta, irrepetible: la responsabilidad de la existencia del universo, el girar de las esferas, el curso de los vientos, el flujo de las mareas, todo dependía de ella, o eso creía, al menos. El Guardián temió por la supervivencia de las especies y resolvió enfrentarla a la prueba suprema: los espejos.
La solipsita se vio, a sí misma, repetida en cien imágenes. Los puños cerrados golpearon los espejos, una y otra vez, hasta romperlos. Cuando la sangre manchó los fragmentos de cientos de solipsitas, la criatura lloró por primera vez en su vida.
MARÍA DEL PILAR
Publicado en el blog anillosinvisibles
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