Con sus simplezas ensombrece la verdura de la madreselva y avergüenza la lozana osadía de las adelfas. Sus pasos torpes, sus brincos y sus cabriolas, también hacen callar al mirlo —hasta entonces locuaz y algo galante— y huir despavorida a la oropéndola, siempre tímida a pesar de su festivo plumaje amarillo. Así que, sin llegar a ser un bestia, el turista, que resulta bullicioso y es de ademán invasivo, sí que tiene algo de gañán y, además, se cree gracioso.
RAÚL ARIZA
Publicado en la revista Sea breve, por favor
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Hace 15 horas
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