viernes, 31 de mayo de 2013

DULCE PERFUME IMPREGNADO EN SU PIEL

Todos se dirigieron al palacete de Gastón a las 20.00 horas como cada sábado. Todos los autos estacionados en la puerta. Martín fue invitado porque era amigo de un amigo de otro amigo. Todos solteros con una vida simple, tradicional y sobre todo la ventaja que tiene un soltero: la libertad de vivir como quiere sin necesidad de dar explicaciones ni horarios. Cada uno de ellos era por fortuna libre del aire que entraba a sus pulmones, puro y ni tan puro. Libre hasta de su propio pensamiento. Libres, sí, libres. Sin enlaces, ni uniones.
Otra amiga en común llevó a su amiga para que se conocieran. El nuevo soltero y más codiciado.
El repartidor de las pizzas llegó en moto con el encargo, tomaron cerveza, comieron proporcionado.
Al finalizar la cena las mujeres se quedaron ordenando la cocina, no había muchos platos para lavar, ya que la pizza por lo general se come con la mano. Porque así es más apetitosa. Después todos marcharon a escuchar música en las placenteras butacas. Como de costumbre la multitud se separó para iniciar temas de conversaciones en grupo. Hablaban de la vida después de la muerte, el tema daba para mucho. En otro, hablaban de sexo. En otro, los varones compartían experiencia de los recitales a que habían asistido durante los últimos años. Los temas eran variados. Martín acotaba en cada grupo, le parecía difícil quedarse en uno solo. Pero cuando saboreó la última gota de su chop, fue hasta la heladera a sacar un par más para los amigos y Mariana estaba con ganas de tomar algo de soda. Fue ahí que cruzaron miradas.
Martín y Mariana sirvieron sus vasos y se quedaron hablando ahí, estaban solos se escuchaba el murmullos de los otros en el living.
Hablaron de cosas sin importancia, se rieron, se miraron, se apreciaron perfectamente. Cuando Carla entró, los notó bastante cerca y se fue...
Minutos más tarde ellos seguían hablando como si se conocieran de toda la vida o tal vez de una vida anterior. Él intentó hablarle al oído, ella permaneció atenta, se le erizaron los pelos de cada superficie del cuerpo. Él se había excitado por la conversación apacible, deseaba besarla. Ella llevaba una pollera hasta la rodilla, zapatos muy altos, su cabello negro estaba suelto y mojado, su piel desprendía un perfume dulce, parecido a su sonrisa.
Los demás se dieron cuenta, pero los dejaron solos. Ambos habían flechado de manera fervorosa, cuando él la invito a ella a un lugar donde el diálogo pudiera ser tal vez más íntimo.
Al llegar al hotel siguieron apasionados: él acaricio sus largas piernas, la besó por cada rincón de su tronco y en el momento de concretar ella se detuvo. Saltó de la cama y se sentó en el sofá, encendió un cigarrillo, sirvió whisky con tres hielos en un vaso. Tomó el teléfono celular de su cartera y llamo a que la vinieran a buscar.
–¡hola Laura! estoy en el bar de siempre tomando un café con una amiga, me venís a buscar? Te espero en la esquina.
Ella tomó su pollera, su blusa y salió. Él se quedó con el perfume dulce impregnado en su piel y el sabor inofensivo de su sonrisa en el paladar.

Sandra Ávila -Argentina-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 36

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