Ha sonado una campana,
ha sonado,
rompiendo el silencio profundo
de la noche dolida
que me ha visto descender lentamente
buscando el perfume de una rosa,
de un clavel o de un dondiego.
Me ha descubierto el sonido
cuando no quería que nadie
siguiese mis pasos
cuando intentaba recuperar
mis pensamientos perdidos
entre la algarabía de la muchedumbre.
Ha sonado una campana,
ha sonado,
despertando mis ojos,
que entre sombras,
perseguían el llanto de unos árboles
sedientos de las caricias del viento.
Me han obligado a dormirme de nuevo
y a abandonar a los árboles,
con sus ramas resecas,
solos en su soledad insonora,
esperando un suspiro
que al menos mueva sus hojas.
Ha sonado una campana,
ha sonado,
mientras en el sueño mis dedos buscaban
entre la alta hierba del jardín,
una perla blanca
que se le escapó a la luna.
Me he detenido frente a las espinas
de un sangriento rosal
viendo como la plateada perla
se escondía, entre los pétalos
suaves y húmedos,
no queriendo ser descubierta.
Ha sonado una campana,
ha sonado,
obligándome a retroceder,
a esconderme entre las sombras,
y a preguntarme,
¿por quién dobla esa campana?
Me he quedado quieto,
sin pestañear,
porque no suena por la luna
que está perdida en un cielo
negro, profundamente negro,
terriblemente sola.
Ha sonado la campana,
ha sonado,
por mí que no encuentro al joven
polizón que me regaló
un brillante ramillete de estrellas
una noche de primavera.
Me he sacado un pañuelo del bolsillo,
con perfume de azahares,
para secarle a la luna
las lágrimas de nácar
que le corren por la mejilla,
pero se lo ha llevado el viento.
Ha sonado la campana,
ha sonado,
por mí, que esta noche
me he escondido de la nube
y le he entregado mi llanto, blanco y frío,
a la luna, entre temblores sonoros.
Del libro inédito El beso de la muerte de
JOSÉ LUIS RUBIO
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