viernes, 11 de enero de 2013

A LA MUERTE DEL POETA


Se va Arturo Baldomero
en la tarde de dos luces
y entre rosales y cruces
hay un celestial sendero.
Mas no se apaga el lucero
de su terrenal parnaso,
porque nos deja a su paso
tanta luz sobre la tierra
que la cumbre de la sierra
tiene más orto que ocaso.

Yo no creo que en la calma
donde se debate el mundo,
haya un río tan profundo
como para ahogar un alma.
Yo no creo que la palma
de su musa se haya muerto,
porque si hasta en el desierto
crecen los dátiles, ¡cómo
en su espacio policromo
no le va a crecer un huerto!

No temo que nadie muera
luego que ya tenga historia
porque el árbol de la gloria
ha de crecer dondequiera.
Arturo en sus cosas era
tan poeta y tan humano,
que pudo con propia mano
abrir un surco radiante
para la siembra fragante
de otro amanecer cubano.

Francisco Henríquez

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