Cuando el Turco llegó al bar, el lugar parecía un velorio. El Tano Brandán, el Gallego y el Ruso tenían una cara de funeral que más que cataduras eran sombras de la oscuridad. En medio de los tres, dos cortados terminados y ni siquiera las habituales cartas o dominó matizaban esa tarde sobre el Riachuelo.
Como por cartomancia, el Turco se palpitó de qué venía la mano. Argentina de los dos mil. 30% de inflación anual y jubilaciones congeladas. Los muchachos estaban más secos que un Martini.
Con aire displicente abrió la puerta, les dio besos en las mejillas y mientras se sentaba le pidió al mozo – uno más entre ellos – una botella de caña Legui para todos. Levantó la mirada el Ruso y le largó como con resentimiento:
- Te sacaste el Loto, vos, Che, o te volviste loco?-
A lo que el Turco respondió con humildad:
- Nada, Ruso. Hoy vendí un carrito de bebé que tenía como hace diez años en el negocio, unos metros de seda, algo de tafetán y un par de camisas “importadas de La Salada”. Me alcanza para un pan con la patrona y darme un gusto con ustedes ¿si? –
Lenta e imperceptiblemente la mesa se fue reacomodando. Se entraron a sentar más rectos los muchachos. Las colas setentonas se fueron metiendo mejor en las sillas y con la caña relumbró un remedo de normalidad.
- ¿Y qué tenés para contar hoy que siempre nos venis con historias raras, “Cotur”? le preguntó el Tano Brandán, mientras el mozo relojeaba de a puchos, entre pedido y pedido.
- A ver, como tener, no tengo un joraca. Ahora, si quieren escuchar una fábula inverosímil, que ni yo le di visos de verdad, les cuento -.
El Ruso lo miró de soslayo y sabiamente le dijo: - Nene, acá la cosa está más fulería que cantar truco con tres cuatro. Así que nos podés contar la historia de Caperucita Roja que te vamos a escuchar igual – a lo que todos fueron asintiendo a coro y animándose un poco más.
- Pero miren que a mí me parece medio bolazo, ¿eh?, dijo el Turco sin mucha convicción. Todos, palabras más, palabras menos, expresaron que si estaban ahí era porque se juntaban hacía más de 30 años, y que jamás le habían creído una sola historia, así que una más no les hacía nada.
- Arranco, tonce’-, soltó el oriental a boca de jarro. Puso sus ojos achinados y preguntó: ¿Conocen la caramelería que tiene Antonio a dos cuadras de acá? A lo que todos respondieron “Siiii”.
- ¿Vieron que Antonio y Rosa hace como cuarenta pirulos que están casoriados?, logrando un nuevo asentimiento.
- Bueno, va la pregunta que abre el cuento: ¿Cuánto hace que no la ven a la Rosa? El Gallego se mesó la cara mal afeitada y contestó – Y…. hará como hace dos años. Pero el dorima dice que es porque Rosa se fue a visitar a la familia al Piamonte y hasta dentro de un año no va a volver –
- ¡¡Error!! Soltó el Turco violentamente. La Rosa no está en Italia.
- ¿Y en dónde está? Dijo el Ruso.
- Acá viene la historia, y los tres muzzarela hasta que termine, ¿se entendió? Y un coro de cabezas asintientes le dieron el pie que le faltaba.
- Resulta que el Antonio y la Rosa se deben llevar como 10 años, más o menos ¿no? El, medio enclenque, flaquito y debe orillar los setenta, como nosotros. Y ella todavía es una mina de dejarse ver ¿no? Bueno, el meollo de la cuestión parece que pasaba – como siempre en este mundo – por la cama. O sea, el Antonio no le rendía como antes, y como tiene un problema de coronarias de la pastilla mágica ni hablar, se entiende? Y todos volvieron a hacer si con la cabeza.
Hacía más o menos dos años que el tema andaba fulería, para qué negarlo. Pero el Antonio pensó que con los años los ardores se apagan. Y en eso se equivocó como un pelandrún.
Luego el Turco hizo un silencio teatral y les volvió a preguntar: ¿Conocen a Don Benjamín, el zapatero de la calle Jorge? El Ruso acotó algo así como que hacía dos años le había llevado un par de tarros para suela y taco, y el bulo estaba cerrado desde aquélla época.
- La cosa es que a Don Benja no se le conoce naifa. Sabemos que es medio picaflor, que va a las milongas del centro pero en su casa nada ¿me siguen? Bueno, el tema pasó hace como dos años. Volvía Antonio de la caramelería y como no pasaba nada, cerró como una hora antes. A eso de las seis se cayó en la casa ¿y a qué no saben qué encontró? El Gallego dijo: - Y, por lo que nos anticipaste, a Don Benja entre las gambas de la vieja “talón jabonao” –
- ¡Exacto! soltó el cuentista sirio. Fue algo impresionante. La bruja pegaba unos gritos que el pobre Antonio jamás se los había escuchado en su vida. El culo blanco de Benja rempujando, y ella arañándole la espalda como si fuera el macho del rioba -.
- ¿Y qué hizo el Tano?, preguntó el otro Tano –
- Nada, despacito y sin que lo vieran se fue de la casa, caminó unas cuadras por el barrio por un rato largo, y a la hora habitual volvió al hogar.
- ¿Y entonces?, preguntaron los amigos, ¿Dónde está la historia?
- Pará, para, Gallego lo conminó el Turco. Como dos meses después se me cae en el negocio. Me venía a comprar cinta gross, de esa que usa en la caramelería para atar las cajas de los bombones, arrancamos con una copita de anís turco y una cosa lleva a la otra, el tema es que me cuenta la historia. Y yo le pregunto qué hizo, a lo que me responde, medio en pedo pero muy serio: “Don Abdo, si yo le cuento, lo convierto en cómplice. Déjelo ahí”. Le vuelvo a preguntar y nada. A la tercera, apura el trago y se las toma. Como a los diez días me caigo en el negocio y me recibe muy contento. Quería comprar unos bombones para mi nieta que se recibía ese día. Reviso el negocio de una punta a la otra para encontrar las delicias más ricas para la nena que ahora es médica. En un momento levanto la vista y en la vidriera y de tamaño natural veo una mujer hecha íntegramente en caramelo. Los destellos ambarinos se confundían con los violetas y los dulce de leche. Era una preciosura, medio retacona pero hermosa. Y ahí le pregunto.
- Oiga, don Antonio ¿Y esta estatua de caramelo? A lo que me responde serio: No se vende, Turco. Ta`de adorno nomás – La miro más de cerca y me percato. Juro muchachos que no lo podía creer. Y si no me creen pasen y véanla con sus propios ojos. ¡Era ella! Sin decir ni pío y dándome por enterado, le llevo una caja de bombones de marroc en una caja de forma de corazón. Cuando le voy a pagar, miro un cuenco enorme con caramelos preciosos sobre el mostrador – algo extraños concedo – pero hermosos y quiero tomar uno. Me caza la mano y me dice con el ceño fruncido - Esos caramelos no son para usted don Abdo, son para los chicos malos del barrio. Se los regalo de a montones. Pero tienen que ser malos. Y usted es bueno -.
- Meto la mano en la billetera y mientras le voy pagando, le pregunto - ¿Y se puede saber cómo se llaman, de dónde son, porqué los regala? A lo que me contesta otra vez con voz ominosa: - Benjamines se llaman, y no pregunte más don Abdo. Buenas tardes y gracias por la compra.
Cuando terminó el relato, todos se miraban con cara de asombro.
El Ruso rompió el hielo y sentenció: - Pasan cosas raras en este barrio, pucha -
Carlos Alejandro Nahas
Publicado en Todas las Artes Argentina
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