Caballos famélicos
van tirando del carro de agua de Neptuno
hacia la noche de los tiempos.
Apuremos, pues, entonces,
cada grano de arena que sea capaz de sostenerse
sobre la espalda de la tarde.
Escuchemos el silbido de los barcos
como faros salobres para nuestros oídos,
y echemos a volar cientos de cometas
sobre la piel azul del oleaje.
Porque nada es para siempre, lo sabemos,
porque hay espadañas como estrellas de mar
acechando punzantes los relojes de viento
y los palos de mesana.
Apuremos, pues, entonces,
este mapa mojado de sonidos inquietos,
y en la belleza imperturbable de una caracola
acojámonos al eco sencillo de las mareas,
como el transcurrir pacífico de la existencia
a tu lado.
Lola Herrera
Publicado en el blog ensentidofigurado
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