Los ladrones usan gorra gris, bufanda oscura camistea a rayas, y sino, no…;
algunos llevan una linterna sorda en el bolsillo.
Por otra parte, se enamoran de robustas muchachas,
coleccionan tarjetas postales y, a veces, lucen un tatuaje en el brazo
izquierdo, una flor, un barco y un nombre: Rosita. Todos los
ladrones están enamorados de Rosita y yo también, Los ladrones saben
silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el vals. Aman
sobretodo a su madre anciana y cuando la madre se les muere cantan un
tango, lloran desconsoladamente y de los objetos dejados por la muerta
a repartirse entre los hermanos eligen… una virgen de plata y el
canario.
Vengan a verlos por la mañana
con la gorra hasta las orejas,
han desvalijado a las viejas
del asilo de las Hermanas.
Dilapidarán sus dineros
con mujeres y malandrinos
en tugurios y merenderos
en milongas y clandestinos,
oirán un tango de Pracánico
y en lo de Pena, Ole con Ole
mientras sueñan con rocamboles
las muchachas en el Botánico
En el Parque el payador
humedecerá sus mejillas
cantando sobrias coplillas
de sangre, de muerte y de amor.
A la noche, con la mamúa
irán de pura recalada
a besar la crencha angrasada
que cantó Carlos De La Púa
y son humanos, inhumanos,
fatalistas, sentimentales,
inocentes como animales
y canallas como cristianos.
Ninguna angustia los desgarra,
cada cual vive como quiere,
cuando la madre se les muere
le ponen luto a la guitarra.
Raúl Gonzáles Tuñón -Argentino (1905 – 1974)-
Publicado en la revista Poesía del mandongo
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