lunes, 30 de julio de 2018

EL POETA TRISTE.


Para ser un poeta,
hay que ser bien canalla,
hay que tener el hígado
adolorido,
los pulmones desmembrados
del diafragma,
y el corazón herido
remendado con puntadas
que dejó la soledad,
ganadas en nombre
de las pasiones
y los amores asesinados
en una guerra que nunca
fue nuestra.

Para ser poeta
hay que escribir
como pésimo poeta,
con letras repulsivas
y cortopunzantes
palabras que se atoran
en la garganta
sin poder salir,
llamando amor
a lo que pudo ser
como prueba
de la más bella historia
que hemos vivido
aún estando muertos.

Porque estoy segura
que nosotros
los asquerosos poetas,
que despectivamente llaman
hemos vivido
más que la mayoría
sumando años
reflejados en nuestras ojeras
siendo aún jóvenes,
estamos viejos de experiencia
añejos de insabores y dolor
víctimas de lágrimas derramadas
y culpables por las que hemos
hecho derramar.

Los poetas somos unos idiotas
borrachos de la realidad
incapacitados a vivir
una vida normal
sufríbles
tétricos... y como ya dije antes
muertos.

Y es que los poetas
somos como los payasos
tristes por dentro,
con la melancolía
tatuada en la piel,
listos para entretener
a la audiencia (lector)
con nuestros tontos versos,
bañados de sangre
que nadie olerá
somos inconstitucionales
un sinsentido de sentimientos
sin tarifas,
un canto ahogado,
un monólogo de dudas,
un museo de fantasmas
un mausoleo de besos
guardados en el silencio
de los cuales nadie sabrá.

Y de pronto me preguntan
"¿Has escrito hoy?"
"¿De qué vas a escribir?"
"Mándame un poema"
como esperando
que comience el show
sin saber que en ese poema
se nos va la vida,
el amor, la paz...
el amor...
Tú, amor.

Marisa Metztli

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