jueves, 14 de julio de 2011

ARTÍCULO

Violencia

A raíz del asesinato de Mariano Ferreyra se estableció en nuestro país tanto del lado de la oposición política como del lado del oficialismo, una especie de muro de telgopor. Sabemos de antemano, porque somos dignos descendientes del mono, que todos están y estamos en contra de una violencia que practicamos colectivamente, incluso en las apreciaciones sobre la violencia ejercemos violencia y cabe preguntarse si el modo occidental y cristiano de nosotros, los argentinos, no es la violencia misma.
Yo creo, personalmente y sin ninguna intención de ofender a nadie ni ejercer sobre alguna opinión el mínimo de violencia, que tenemos desde los albores y aún antes, cuando “ayunó Juan Díaz de Solís y los indios comieron…”, una historia acuñada en la violencia que no ha terminado y quizá no finalice pese a las proclamadas buenas, buenísimas intenciones de todos los que hablan en la televisión, porque si uno no aparece en la pantalla es un ser inexistente, tan inexistente como la violencia de la que sí se habla porque no es algo que esté en la tele, es algo de afuera, algo que tanto Zapatero como Berlusconi o Sarkozy quieren desterrar expatriando a los malditos bolivianos que asolan Liniers, o a los peruanos okupas, por ejemplo.
El matadero es violento, el Martín Fierro es violento, la Cautiva y hasta el final de Amalia como también la canción de Pedro Blomberg:

Rondaron las dagas la quinta vacía,
La dulce guitarra dejó de cantar.
Eduardo Belgrano se estaba muriendo
Y allí en los rosales goteaba un puñal

¿De qué nos asombramos los argentinos si a esta seguidilla la llamamos ahora inseguridad?
¿No se acuerdan de Cabezas? No dijimos en un momento ya olvidado: No nos olvidemos de Cabezas y después de Bepre y después y después y después?
¿Nos dice algo Felipe Vallese o la misma María Soledad Morales? Nos dicen algo los nombres de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán?
Quizá Felipe Varela que:

Galopa en el horizonte,
tras muerte y polvadera;
porque Felipe Varela
matando llega y se va.

De qué nos asombramos nosotros argentinos necrófilos si hay una muchacha herida de muerte a quien nadie nombra en los canales afines o enemigos del gobierno, una muchacha que cayó bajo las balas de la eterna patota sindical y de quien nadie parece acordarse porque tiene una mácula: estar viva.
Esa muchacha se llama Elsa Rodríguez y su vida no sólo corre peligro sino que ya no le pertenece, es como dijo Borges:

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.

Todos esperamos su muerte ansiosamente para poder hablar u oír sobre ella.

Julio Carabelli

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