En una luz pardusca sobre el muro, se ven mis abuelos
en el vestido marrón, como dama de la opera,
se reflejan los abuelos maternos posando
para la cámara, con esa imagen solemne
que quedó para la posteridad.
Allí están apoyados en la mecedora, que cruje..
se le evaporaron casamientos de los ocho hijos/as,
con algunas interminables cuitas de celos
con el que al final vivió el resto de sus días.
Dialogan de la guerra y sus sufrimientos...
y los muertos pequeñitos y grandes
que llenan las calles y los lamben los perros...
sin un alma piadosa que se digne recogerlos.
Y luego vienen esos largos lutos, que nunca se acaban,
del amor, que casi seguro hubo ya no se habla;
la languidez de los años, la gota demoledora
que acaba siempre con todo.
Todas las meriendas puntuales a las cinco de la tarde,
de otros tiempos más amables... fueron descuidadas;
por aquel trajín que nadie respetaba,
ni en Setenil, su pueblo ni en las calles del Gastor.
Cuando pasó la trifulca, ya sólo le bastó
con un rosario para rezar y pedir por los que
quedaron y por su huerta de los "prados"
con sus naranjos, sus olivos y sus manzanos...
RAFAEL CHACÓN MARTEL
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