Que florezca en tu alma
el cisne azul de tus ojos
que arda como llama,
como fuego,
en tu cuerpo
tesoro de fragancias.
Deja que muera la tarde
como un suspiro de océano
y en la barca de tu encanto
suspirando caiga
en el cáliz de azucena
el tamis de mi ruego.
Porque soy el príncipe de nubes
y de ensueños fraganciosos
soy el amanecer de tu vida
bocado ágil,
prisionero
de tus celestes pretensiones.
Soy el viento que juega
a elevarte como diosa
para peinar la noche en esplendor
y hacerte sentir
mujer divina
ondulante y sublime.
En ti derrito la montaña de mi ego
porque eres sutil,
fina, adorable;
porque en tus brazos
muere mi suspiro
como ocaso de la tarde.
Aquí estoy contigo
bajo este firmamento de amapolas
donde tú arañas el cielo de mi dicha
y yo agito el cielo de emociones
cuando me dices:
"soy tuya para siempre".
Juan Elmer Caicedo Niquén
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