Su vida era un pensamiento inacabado
su alegría el desconsuelo de un vacío
su sonrisa la lágrima de un llanto
y aún así la quería.
¿Por qué la quería? Era su mirada,
la coquetería de su indiferencia
su alma imana la mía
y aún así la quería.
Taciturna era mi desdicha
morada entre meandros
y así la vida va pasando.
Elocuente la luz de la indolencia
difuminada su presencia
y aún así lloro su ausencia.
Francisco Javier Díaz Aguilera
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