miércoles, 5 de diciembre de 2018

S.I.D.A.


Necesitó arder en los infiernos de sus besos,
para comprender lo obsceno de su desvarío,
cuando al sacar de la manida cartera
los billetes recién salidos de un cajero,
se los entregó como pago del sucio trabajo,

camino a casa lamentaba lo sucedido,
pensando en las rosas que llevaría en disculpa,
bajo el secreto de la mentira acolchada
con aromas del recuerdo y el bochorno,
abrumado por un remordimiento indolente,

pasaron varios meses tras el suceso
sin que el olvido hiciera presencia en él,
carcomiendo su alma y sus miedos,
intentando retroceder los pasos imposibles
de aquella noche de fuegos en las cortinas,

parecía estar pasando un delicado momento
apocado en las fuerzas y las ganas de vivir,
adelgazando cada día sin poderlo evitar,
retrayéndose su piel hasta los débiles huesos
y auspiciando la grave situación que vendría,

las analíticas confirmaron sin lugar a dudas
que jamás salió de aquel infierno donde ardía
desde aquel momento, la cobardía y el lamento,
pagando cara su vida y alegrías del diario,
con la ferocidad enfermiza del contagio,

había adquirido un síndrome llamado Sida,
“síndrome de inmunodeficiencia adquirida”,
... adquirida, esa apreciación que lo martirizó,
y que desde entonces, penó entre la vergüenza,
y el sufrimiento terminal comenzado ayer,

condenado, se arrojó a los infiernos definitivamente,
habiendo sopesado la soledad de su espera,
y el abandono de sus esperanzas ya perdidas,
vio en las vías del tren, una solución temprana
a tanto mal que le vendría sin esperar nada,

y en la nada, quedó su aventura,
sal en el café para edulcorar el trago,
y pólvora en la mecha del adiós,
mientras, las cortinas siguen ardiendo
en algún cuarto oscuro del infierno.

Angel L. Alonso 

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