Se me han sublevado las iras
entre discordias de pasadas guerras,
estallando un trueno de dolor
en el epicentro de mis entrañas,
al ver, impotente, su cadáver,
olvidado por la bestia impasible
de las codicias ovales y viciadas,
sangra al mirar en cada portal
las hojas secas de viejas recaídas
en el trueque mortal de la vida,
me dirijo al frío refugio de un pasado
que había preferido no recordar,
pasos sobre una nieve perenne
y el crujido del hielo al pasar
son todo el sonido que atisbo ser,
un espinoso seto bloquea el camino,
crecido salvaje y rotundo, se yergue,
entre abisales de la palabra y la vida,
conjurando y sangrando, a la muerte,
en una efímera suerte de frío orgullo,
deseo gritar con vehemencia y firmeza,
ahogar la congoja de la desesperanza
en un aullido que desgarre la piel,
que brote un río de lágrimas del alma,
que forme torrente y arrastre el barro,
mas, no consigue llorar mi alma,
ni tan siquiera quedan fuerzas ya, para mirar,
y ver, que el camino desierto y helado,
se disuelve entre las brumas de la soledad
quedando a merced de las feroces hienas,
tan solo queda, despertar de esta pesadilla,
secarme el sudor y mirar por la ventana,
percibir, la luz de la luna en mi rostro
y el brillo de las estrellas acudir a mi llamada,
y entonces, esperar, otro amanecer sin tu beso.
Angel L. Alonso
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